Un padre y un hijo
Este banco está ocupado… ¿Saben aquel…? Y el hijo ya te lo he dicho… Óleo sobre madera, 9 x 5 cm. sin marco; con marco (en madera profusamente tallada) 15 x 10 cm. Un típico trabajo de artesanía peruana, probablemente de Cuzco. “Fue capital del antiguo Imperio Inca y una de las ciudades más importantes del virreinato del Perú (funcionó como su última sede de gobierno desde diciembre de 1821 hasta la victoria independentista en 1824). Durante la época virreinal, bajo la soberanía de la Corona española, se construyeron diversas iglesias, universidades, palacios y plazas barrocas y neoclásicas”. Hasta aquí la lección de Wikipedia. Me tiene harto el término “virreinal” que viene a sustituir al de “colonización”. Un eufemismo que intenta ocultar el periodo de sangre, espadas y cruces cuyo culmen lo simboliza la escultura que hoy en día sigue en pie en una plaza de Medellín, la población extremeña cuna de Hernán Cortés, donde se presenta al ínclito pisando la cabeza decapitada de un nativo. El horror.
Dicho lo dicho, el objeto me parece hermoso. Sencillo y barroco. Humilde y extremo. Pensé que la mano que aparece por la diestra era la que entrega al infante, pero no, es la del propio padre que lo acoge. Bueno, no vamos a rasgarnos las vestiduras por el mero formalismo de un quítame allá esas pajas. La pieza tiene su mérito. Como mérito tienen las miniaturas. Ya hablé no hace mucho de mi afición a las mismas como buen miope que soy. Como pintura, está bien resuelta y cumple sobradamente su misión, incluso la de un coleccionista marginal y ateo como la mía. El marco me vence. Aparte de la talla, están los cabujones semicilíndricos al más puro estilo “tramp Art” (folk art of the 19th and 20th centuries utilizing recycled found materials, as cedar or mahogany cigar boxes, shaped into containers, lamps, picture frames, or other objects by a technique involving the gluing or nailing together of successive thin layers of wood that are then whittled into intricate geometric designs to produce a protruding multifaceted Surface). Utilicen el googletranslator para estas líneas en un idioma extraño, les prometo una aventura apasionante. Eso, si superaron mi posicionamiento político ante el colonialismo o la religión, y llegaron hasta el texto en inglés.
Igual de fabulosa es la historia que oculta la vara en flor que porta José, que así se llama el padre de la película. “Según la profecía, de la vara del hombre que fuera elegido por dios, aparecerían flores blancas (el color simbólico para la pureza de María). Fue así como se floreó de blanco virginal la vara que sostenía José, señalando que era el elegido”. ¡Me dirán! Luego está el detalle del niño, Jesús de nombre, mesando la barba del padre putativo. De hecho, el hipocorístico de José, que es Pepe, dicen que proviene de las siglas del latín Pater Putativus, que se utilizaría para sustituir el nombre de José. ¡Todo eso en una pieza 9 x 5 cm! Pero me perdí, porque quería hablar sobre el hecho de que el niño acaricie las barbas del padre; mi nieto, de dos años, cuando pasa su mano por mi barba, todavía dice que “pincha”, y se ríe. ¡Menos mal que a mí las varas no me florecen! Ya oigo las voces quejándose por el trato irreverente y panfletario de esta crónica, pero es que hay temas propicios a este tono, como el arte mismo, pese a su seriedad aparente; imaginen lo religioso, con su tendencia a adorar a figuras similares a Winnie the Pooh.
La historia del arte se queda siempre en el análisis formal, tiene fijación por los cánones de belleza y, cuando su encarama por los ramales de la interpretación simbólica, lo hace, o lo intenta hacer, descargada de ideología. Craso defecto, porque se pierde una fuente primordial e inagotable de ejemplos de la sumisión humana al poder, sea divino o humano. Lecciones que, de abordarse con seriedad, tal vez hubiera podido cambiar el devenir de la civilización occidental y hacerla más justa, más humana. Es una posibilidad, desde el hoy en el que una religión está masacrando a otra en nombre de la libertad y la justicia. Quizás el sustrato elemental de todas las guerras, sea las religiones.
El título de la obra me recuerda que, hace apenas una semana, con motivo del comportamiento del gobierno de Valencia frente al desastre en la gestión de la DANA, expliqué como padre algunas cosas sobre el fascismo a mi hijo pablo, de 21 años. Le expliqué que los del gobierno valenciano que ahora se quitan las culpas de encima, son los mismos que ajusticiaron a un joven cinco años mayor que él, en Barcelona, al garrote vil. Los mismos que encerraron a su bisabuelo por luchar en el frente republicano y defender la democracia durante la guerra civil. Los mismos que hoy generan desinformación, bulos y señalan falsos culpables. Los mismos. Por eso traigo en los comentarios el libro que acabo de encargar para que lo lea, y el cuadro de Ramón Casas.