Un circo de cinco pistas en la cabeza

Así me describió una amiga en un comentario a uno de mis textos. Qué metáfora tan sugerente como descriptiva. Sí que soy un tanto así, aunque desde dentro soy incapaz de reconocerme. En cualquier caso, un circo sin animales. De pequeñito mis padres me llevaron unas navidades al circo que se instalaba en la antigua plaza de toros de Las Arenas, en Barcelona, muy cerca de casa. No me gustaban los números con animales, los detestaba como aborrezco los zoológicos o las jaulas con pájaros dentro.

En cambio, siempre me atrajo la piratería, aunque no el mar, ya ven qué incongruencia. Pirata sí me reconozco, aunque sin loro, sin los siete mares y sólo un poco de ron. Me apasiona el saqueo, la toma o el apoderamiento ilegítimo de bienes ajenos aprovechando el descuido, la falta de vigilancia o la I+P (ignorancia+prepotencia ―oh yeah). No considero eso ni hurto, ni robo, ni cleptomanía; es, simplemente, magia, hacer que las cosas cambien de dueño sin que haya violencia. Anda que no habré sufrido y sufro yo abordajes de otro tipo de truhanes neocon. Ya tienen eso los piratas, que no entendemos lo de la propiedad privada; lo importante es que la riqueza está bien repartida, justamente. También todo pirata tiene el corazón roto, por eso asume tantos riesgos, porque sabe que se le partirá igualmente en cualquier ataque de sensiblería. Somos emocionalmente inestables los piratas. De ahí que apaciguamos el pathos con ron, aunque yo prefiera los cuadros. Y así podría ir saltando de pista en pista en mi circo mental y seguir argumentando las maravillas de la piratería.

Eso sí, la gente seria muy seria no sabe ser pirata. Ponen tanto empeño en todo, que se desbordan y jamás llegan al abordaje. Se hunden antes. O navegan por mares privados, en yates blindados en paraísos privados, que de eso ellos y ellas, sí saben. Los fachas tampoco, andan demasiado ocupados en aprobar oposiciones a genocidas o dictadores. Ser pirata requiere tener un circo de cinco pistas en la cabeza y un corazón prestado por el Mago de Oz.

La obra es de Antonio Torremocha, pintor de Algeciras. Un óleo sobre tabla, de 46 x 58 cm. En la red corre alguna obra suya con el Teide por protagonista. No sé cómo llegó esta pieza a la isla, ni nada respecto al motivo pictórico. La técnica es más que correcta y el tema sorpresivo. Por su valor como espoleta para activar una de las pistas del circo, resulta entrañable para mí. Incluso diría que uno de los piratas soy yo mismo. El de rayas y parche en el ojo para la miopía, claro.

Y un libro imprescindible de piratas… En los comentarios.