Tenerife, Alemania, Ibiza y Andrés
¿Se puede pedir más candor? ¿Hay algo oculto, tras tanta ingenuidad? Pues claro. Hay toda una historia de historias. Nos hemos de remontar a Wusterhausen, Alemania 1941. En ese lugar y ese año nace Uta Wohlfarth, mujer que años más tarde firmaría sus lienzos en Ibiza como UTAW. La única reseña de la autora se halla entre los catorce volúmenes de la Enciclopedia de Ibiza y Formentera.
«Wohlfarth, Uta (Wusterhausen, Alemania 1941). Pintora autodidacta. Llegó a Ibiza en 1967 y empezó pintar en 1971. Su pintura, siempre al óleo, ofrece una imagen idealizada del paisaje, de las casas y del campesinado isleño. Dentro de un ambiente lleno de calma representa, con detalles muy cuidados, la vida en el campo con las tareas de cada día y vistas de las calles de Ibiza y del puerto. Imagen idílica, llena de paz y colores alegres, de una Ibiza casi ya desaparecida en aquel tiempo y que alcanzó un gran éxito. Su obra apareció también en tarjetas postales y serigrafías de gran aceptación. Expuso en muchas galerías europeas».
En la red corre una postal de Uta del año 1975 que es, precisamente, la que tan sólo doce años después sirvió de inspiración al tal Andrés. El lienzo original existe en una colección particular no se sabe dónde, según consta en el reverso de la postal. La pieza rescatada que les muestro, aún impecable, se recuperó antes de llegar a la basura hace algunos meses, en nuestra isla. Ya está en la colección de arte abandonado. ¿Dónde se pintó esta copia? ¿En Tenerife, en Ibiza? ¿Podemos rastrear la trazabilidad de la pintura? Imposible. Lo único cierto es que cuanto más la miro, más me admiro. Pero ya saben lo impresionable que soy, y lo subjetivo que es esto del arte. Andrés intenta copiar incluso el estilo de firma con esa letra rectilínea de trazo fino. Increíble. Contemplo la pintura, paseo junto a los personajes que aparecen. Me admira la perspectiva aceradísima del espigón, cuyo final parece que no dejará espacio a dos personas que se crucen. Pese a la ingenuidad de la obra, se respira un aire tenebroso. Es la suma de pequeños detalles: la rigidez de los personajes, la mirada fluorescente de la mujer que viene hacia nosotros con la cestita del brazo, la rigidez casi postmortem de la niña que se encarama a la grada superior. Es la sensación de ese mar uniforme. Es… No puedo salir de ahí, la pintura me retiene. Salir de ese marco interior de fino ribete negro resulta casi imposible. Suena el móvil, aprovecho y desconecto. Ya está. “Sí, dígame…”