Sin título

Montserrat Mira, 1965. Óleo sobre cartón. 50 x 68 cm.

Es El Greco. “La santísima trinidad”, sin duda. Una alegoría, claro. Distante, también. Una aproximación somera. Un aquelarre en el que las mujeres son el único dios cuando se juntan. Me entran ganas de desgarrar por el centro la obra y meterme dentro, seguro de sumergirme, tras lo aparente, en la trinidad de El Greco. La imagen de cristo-mujer aparece aquí virada, con un vestido que deja su espalda al descubierto, tapadas las piernas y con los brazos alzados; el polo opuesto al cristo del griego. No hay dios padre; lo sustituye el grupo de mujeres, son ellas las nodrizas, la vida, las creadoras universales. Rigoberta Bandini en su “Ay mamá” encarna el alma de Montserrat de este cuadro; “Tú que has sangrado tantos meses en tu vida / Perdóname antes de empezar / Soy engreída y lo sabes bien / A ti que tienes siempre caldo en la nevera / Tú que podrías acabar con tantas guerras… / Mamá, mamá, mamá / Paremos la ciudad / Sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix / Mamá, mamá, mamá”. Ese canto de Rigoberta a la mujer, es el canto de Montserrat en esta pintura, en contraposición al cuadro del El Greco, precisamente, tan doctrina, tan masculino, tan patriarcal, tan irreverente al pensamiento racional. Por eso Montserrat hace aparecer al espíritu santo por la izquierda, melena al viento y el brazo alzado a punto de emprender el vuelo por encima de la multitud, encarnada en mujer, por supuesto. El cuadro de Montserrat no presenta a la sacrosanta trinidad en el eje vertical central como lo hace El Greco. Ella lo atomiza, lo descuartiza, lo vuelve terreno y mujer. Trabaja justamente los contrarios, consigue el parentesco por una testaruda oposición. Es, precisamente, por ese grito de tierra que predominan los tonos ocres, en ofrenda al lodo primigenio que nos sirvió de tránsito del agua hacia el suelo firme. Y con todo, la obra sabe reservar espacios para el azul, simbología de la lucha eterna, sin tregua, incruenta, porque son ellas las auténticas propagadoras de vida. Ellas, las que no vinieron de una costilla, si no del lodo.
Dirán que no. El saber que se etiqueta como tal y como tal se presenta, dirá que no, que de El Greco este cuadro no tiene nada, que menudo disparate. Si Montserrat pintó un pájaro de fuego mientras escuchaba la pieza de Stravinsky, por qué no pudo hacer lo propio con ésta pintura mientras admiraba o recordaba la obra de referencia… “El saber que se etiqueta como tal y como tal se presenta, GRITA QUE NO (léase con voz engolada y firme), que menudo disparate”. Entonces yo, sacaré un pecho fuera al puro estilo Delacroix y pararé la ciudad hasta que los doctores que tiene la iglesia, me den la razón. Ellos también entienden de alegorías y de inspirarse en modelos antiguos, fueron excelentes copistas de historias orales antiguas que hablaban de deidades de seis dedos y dados lanzados al azar. En cualquier caso, la obra que traigo hoy aquí, engendrada en Argentina, que atravesó el océano para llegar a Europa y lo volvió a surcar para llegar a una isla africana, es una auténtica maravilla que desata los sentidos. Sin concesiones. Digan lo que digan aquellos doctos doctores.