Señales...
De un día por Santa Cruz
Tenía asuntos varios pendientes por la capital. Desde las nueve de la mañana me desplacé de un lado a otro con el auto. Fuerte locura; tanto contendor por las calles supone un problema. Menos mal que Ramón me enseñó una máxima en la conducción: “crea espacio tras de ti, crea espacio”. Eso supone estar pendiente de lo que te viene por detrás, no vayas a suponer un obstáculo, y ocupar cuanto espacio vacío veas por delante. Por eso, pese a circular pendiente de lo que hay por fuera en los contenedores, no supongo un obstáculo para la circulación. Retomo… Que iba yo a por unos mandados, que se dice y, circulando ya hacia el destino final, por la carretera del Chupadero, en Tacoronte… Vi algo extraño en un grupo de contenedores y me detuve. No lo podía creer. Tal cual, esos machangos estaban ahí. Alguien los había pegado al filo del container. No me atreví a quitarlos, tenían algo de poético; eso sí, ya puestos, ojeé el interior del vertedero. Algo me decía que… ¡Et voilà! Efectivamente. Esos cíclopes enanos parecidos a los “Menairons”, unos pequeños duendes del Pirineo catalán, me señalaban un tesoro especial, como hecho a su medida. Rebusqué en la bolsa negra que asomaba hacia el exterior y… ¡Allí estaba este estuche para cerillas de los años 60/70! Cuero repujado y pintado a mano. Como diría mi amigo Juan Carlos: “esto se cuenta y no se cree”. La vida del buscador tiene estas recompensas. Le pasé la imagen a un amigo que sabe de todo un poco respecto a objetos vintage. Me orientó rápidamente sobre la fecha aproximada y la técnica. ―Le preguntaré a Juan Mazuelas. ―Dijo. ―Él hizo cosas así, igual que decoró platos en cerámica. Los platos los firmaba con sus iniciales. Eran tiempos en los que se hacía de todo para ganarse la vida, y él siempre ha sido muy buen ilustrador, también. Vaya, pensé. Qué de cosas que aprende uno. ―Luego ―prosiguió mi amigo ―Entregó muchos objetos guanches al Gobierno de Canarias; de esas cuevas que tiene en el sur, porque él es un gran antropólogo. A cambio, me imagino, el Gobierno regaló un cuadro suyo a la infanta Cristina cuando se casó. De aquello hace ya mucho tiempo…
Me da igual si el estuche de fósforos lo diseñó o lo decoró Juan. De hecho, pienso que no; Juan sabe dibujar y pintar mucho mejor. No obstante, encuentro que es un objeto delicadísimo, auténtica artesanía heredera de los antiguos gremios medievales, revestida de modernidad y adaptada a los tiempos. En los años 70 el turismo empezaba a llegar por hordas a las islas, y se fabricaban a destajo “recuerdos para llevar”. Como si de El “Grand Tour”, se tratase, esa costumbre extendida por Europa entre los siglos XVII y finales del XIX, de gente pudiente en viajes para recorrer el continente y tierras más lejanas, donde avispados comerciantes locales empezaron a ver el gusto de aquella trashumancia por hacerse con recuerdos de los lugares emblemáticos por donde pasaban. Desde luego, la “postal” en cuero de Fuerteventura está muy lejos de la realidad local; tanto, como el modelo de mujer barbuda del dibujo lo está de la mujer majorera. Los trajes tampoco son los típicos, y tal vez falte la estampa de un camello por ahí. No importa, el trabajo sigue tiendo su encanto y, al turista, le importa poco que la aproximación sea o no fiel reflejo del lugar.
Y esta es la reseña de “Una jornada particular” como la del viernes, con imágenes que dan fe. No me encontré a Gina, pero tampoco yo soy el Mastroiani, aunque los nazis cada vez anden más cerca otra vez. Como en “Hijos de un dio menor”, me enamoro de objetos marginales. Por eso, para que los márgenes tengan también su espacio en el Olimpo de los dioses, es que dedico todas mis energías a la causa, e invento un Museo de Arte Abandonado. Y qué peliculera salió la crónica. Ah, por supuesto, la cajita es una pieza original, llena de ingenuidad y pillería. Estoy deseando que llegue el libro de Sebastià Gasch, “El arte de los niños”. Un tratado que defiende el arte ingenuo, que no sólo comprende las manifestaciones artísticas infantiles, también las de personas adultas sin formación específica en pintura, y las obras de artistas que, pese a su sólida formación, exploran vías creativas a partir del lenguaje del arte infantil o de adultos no formados. Mucho de eso sabe la colección de arte abandonado, de ese arte puro, no contaminado, del arte ingenuo, que da lugar a una colección para nada ingenua.