Pintura muy rara

Parafraseando al pintor Ángel Padrón, uno de mis artistas contemporáneos preferidos en el panorama pictórico universal, titulo así este óleo sobre lienzo, de 55 x 70 cm. y firma ilegible datado, pienso, en 1979.

Ya se sabe que la subjetividad y los gustos son cosas muy de cada cual, y campan a sus anchas a la hora de dar explicaciones que son, mayoritariamente, o excusas o justificaciones; términos, por otra parte, que ya de por sí merecen una aclaración o un pretexto en cuanto al uso concreto de uno u otro vocablo. Buscar los términos para hablar de una pintura resulta complejo. O, por lo menos, a mí me lo resulta. Por eso utilizo un método: dejo que la impresión se apiade de mí, o se apodere, y me utilice como hacemos con las máquinas, para relatar la experiencia contemplativa. Para que tal menester suceda, fijo la mirada en un punto determinado de la pantalla del ordenador, hacia el centro de la misma, enfoco la mirada a modo de ser estrábico y, a los pocos segundos, empiezo a oír voces que, como no necesito mirar al teclado para escribir, pues aprendí mecanografía durante los cursos de 6º, 7º y 8º de la EGB, tecleo a la velocidad del rayo para convertirme en un humilde escribiente de esas voces alucinadas. Algo así como Moisés al subir al monte aquel que, faltándole el oxígeno por las alturas, oyó otras voces cuyo mensaje talló sobre unas tablas… Y esto que sigue, es lo que las voces me contaron…

“De tin marín de do pingüé, cúcara, mácara, títere fue, yo no fui, fue Teté, pégale, pégale que ella fue”…

Y se apagaron las voces. No pude oír nada más. Por más que me esforcé. Será que debo interpretar lo escrito para llegar a la comprensión de la pintura… Me pongo a ello… “De tin Marín” está muy claro, tanto como de prístino y elemental tiene el pueblo de la obra. Casas una al lado otra; casas elementales, básicas, robustas y, por todo ello, protectoras. “De do pingüé”, alrededor, circuncidando el pueblo, el estanque, o la fuente, colmatada de hermosas fragancias que disimulan cualquier atisbo de podredumbre en Dinamarka. “Cúcara, mácara”, aquel camino circuncidador del círculo acuático, alrededor, principio y fin. “Títere fue, yo no fui”, fueron las casas en tercer plano, tras las primeras, las que señalan otras vistas, otros límites, otras maneras… “Fue Teté, pégale, pégale”, el pináculo acusador, la torre vigía que señala, avisa, se adelanta y dicta arrebato. “Pégale, pégale que ella fue”, como mondamiento para eludir el contaste entre lo minucioso del estanque y lo elemental del pueblo, para sembrar el pensamiento único, para unir y verbo sin dicotomías. Pero en la pintura ahí siguen, verbo y agua, verbo y agua toda la pintura. Naturaleza muerta. Amenaza de más agua desde el cielo y yo, que me hago verbo y la inundo de palabras…

Una pintura hipnótica, como habrán podido deducir, si es que consiguieron escapar de su influjo.