Pintar a cambio de plato y vino

Esta deliciosa pareja de óleos, de 10 x 24 cm. pintados sobre táblex a mediados del pasado siglo (era más barata esa tabla que los lienzos de lino), proviene de una antigua casa de marcos por la calle de Viera y Clavijo, en la capital. Me dicen que muchos clientes mandaban enmarcar sus pinturas y luego no pasaban a recogerlas. A los dos años de guardarlos en el almacén, el dueño de la empresa regalaba las pinturas a los trabajadores. Un abandono en toda regla, pues.
La misma persona que me da los cuadros, me cuenta la historia. Trabaja de enmarcador y conoció al autor, pero sólo recuerda su apellido. Campillo, era. “Iba mucho a los guachinches, comía y bebía a cambio de una obra. Mucho, iba, mucho. No era el único”. Más allá de esa anécdota que es más que anécdota, a mí me fascinan las piezas. Pinceladas cortas, bien nutridas de pigmento en su mayoría. Sabía muy bien dónde manchar. Estas obras no le ocuparían más de veinte minutos cada una. Rápido, con sentido. Una es el Teide y la otra el Puerto de la Cruz, me dice el hombre. Respecto al Teide no hay duda; en cuanto al Puerto… Ni idea. Estoy a la espera de noticias de personas más doctas que yo.
Desde siempre me han gustado las miniaturas. De todo tipo. Siendo un gran miope como lo soy, desde muy joven me enteré que grandes miopes de la historia fueron coleccionistas de miniaturas. La miopía permite ver de cerca con una precisión casi microscópica. Sin lentes correctoras, a una distancia focal entre cuatro y diez centímetros, mi vista no requiera ni de lentes para la presbicia. El mundo debería restringirse a la medida de nuestra distancia focal. El inconveniente de los miopes, por supuesto, es que nunca las vemos venir. De pequeño, en la playa, me costaba una vida encontrar la sombrilla de mi familia. Hoy, pese a llevar siempre lentillas, noto que debo volver al oftalmólogo. Hace quince años de la última visita y he perdido vista; me lo dijo hasta el tipo que me dio el certificado médico para renovar el carnet. “Usted no ve bien. Debe revisar esa vista”. Y firmó el papelito dándome como apto. Ya sé que todo esto no tiene que ver con las dos pinturas, pero qué se yo, igual sí.
He pasado media hora jugando con las imágenes. Tengo ambas obras abiertas en la pantalla del ordenador y hago zoom sobre diversas zonas. Tal vez esa ingenua distracción la deba a mi miopía. Los árboles tienen las mismas maneras. Las hierbas de la base también, incluso algunas pinceladas en los celajes, aunque sean bien distintos. Ay… Cómo es la costumbre, que se traduce en unos “gestos tipo” bien identificables en cada pintor. Ay… Ramón Lluís Monlleó y Jordi Gumí, autores de ese manual de Pinacología… Yo viví la gestación del libro y cuatro años después de instalado en Tenerife, salió a la luz. No los volví a ver, y ambos están muertos ya. Estuve en el estudio de Gumí de la Plaça Reial unas cuántas veces. Y en el taller estudio o lo que fuere de Monlleó también. No, pinturas como las de Campillo no la estudiaban ellos; eran “poca cosa” para tanto esfuerzo… A veces, sin recurrir a los recuerdos, no sabría explicar una obra… No estoy del todo seguro que con los recuerdos lo consiga del todo…