Nunca nos conocemos del todo

No quiero mencionar su auténtico nombre todavía. Lo conocí al poco tiempo de llegar al pueblo. Sé de sus oficios, algo de su vida personal, algo de sus aficiones, pero hasta el otro día no descubrí una faceta que ignoraba. Mr. X pinta. Y pinta bien, incluso muy bien. Pinta desde hace años y tiene una producción interesante, toda en pequeño y mediano formato. Ahí mismo me comprometí a montarle una exposición, ya veríamos dónde. Con las dos obras que compré al artista bajo el brazo, me acerqué al salón de Germán para contrastar pareceres. Ya se sabe que esto del arte es mucho del gusto personal. ―Me gustan, son buenas ―dijo. Tienen algo ―concluyó. ―¿Le montamos una exposición? ―Pregunté. Claro ―respondió con seguridad. En eso estamos, buscando espacio. Ya se verá dónde y cuándo. En medio del caos absoluto que se encuentra mi escritorio (el mismo que mi cabeza) todo resulta un poco más complicado.
Vayamos a las piezas. Las calificaría de atmosféricas. El fondo, la “cama” de cada una, aparte de estar construida con bastante materia pictórica, crea los escenarios donde acontecen las historias. Todo indica que la construcción de esos espacios tiene algo de aleatoria. Puede que sea así. No obstante, también hay mucho de buscar la composición. Tal vez no surge la historia en el primer proceso de manchar, libre de intención narrativa. Es durante el mismo que tal vez las formas y la prosa van apareciendo, como presencias agazapadas que esperaban su momento. Estas pinturas dan buena cuenta de lo que intento explicar. Si tomamos la pintura de tintes urbanos, el collage con la modelo de blanco, la decisión de incluir al personaje, incluso la ubicación exacta del mismo, denota la búsqueda de la historia, la construcción de un relato nacido al albur de las manchas. Por lo tanto, se conjuga el inconsciente más animal (o espiritual, diría el artista) con la racionalidad socializada hasta el extremo de elegir esa figura y no otra, en un retrato un tanto irónico o distópico de la actualidad. La segunda pieza, con la figura de lo que parece una indígena erguida a la izquierda, puede descomponerse en varias parcelas y todas ellas cobran vida propia. Pero la visión general me parece tan sugerente, tan metafórica, como una invitación a volar. En cualquier caso, el color es una fuente de vibraciones en ambas pinturas; un derroche de tonos vivos que te zarandean durante segundos hasta dejarte inmóvil. Es delicioso que te cojan de los hombros así, y te agiten así, para removerte los jugos gástricos y ejercitar las articulaciones.
Nunca sabes dónde tiene, la vida, inesperadas sorpresas para ti. Por eso es recomendable caminar y recorrer senderos con los ojos bien abiertos.