Museos de Tenerife
Dentro de pocas horas recibiré al responsable de esa entidad. La idea es incorporar el humilde Museo de Arte Abandonado, a la Red de Museos de Tenerife. Pienso en ello y de inmediato me viene a la cabeza esa frase de Groucho: “Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo”. Uno conoce sus limitaciones, aunque sucede que en esta ocasión estoy muy bien acompañado por un grupo de personas sabias que apuestan por el proyecto.
Desde que el salón de casa se ha convertido en espacio expositivo, recuerdo con frecuencia la Casa Museo Joan Abelló, cuando todavía era la residencia del artista. Sé que resulta incomparable en dimensiones y biografía, pero la nuestra también contiene mucho arte, y del bueno. Buenas horas también, pasamos allí. Guardo con cariño una de las pocas fotografías de toda aquella disparatada época de viajes, visitas, compras, ventas, riesgos y ruinas. Ahí aparezco junto al ínclito Ramón y al hispanista Ian Gibson. Si dejo vagar la memoria me lleva al negocio del anticuario Artur Ramón y aquella vez que nos presentó a García Márquez y servidor se quedó mudo del pasmo. O las diversas ocasiones en las que cenamos con Maya Picasso en sus visitas a Barcelona. Y aquel zulo en el jardín de una mansión en Suiza y el cúmulo de pinturas impresionistas que custodiaba. O la impresionante torre del castillo de aquel francés, en las proximidades de París, convertida en biblioteca y vivienda. O nuestras visitas nocturnas a Génova, a la mansión de Mangiante, repleta de Goyas… Si pudiera llenar el Museo de Arte Abandonado, además, con todo eso, seguro que nos darían la placa para la fachada. Aprendí lo que sé en casa del profesor Valdivieso en Sevilla, en casa de María Teresa Camps, en las noches y noches en la trastienda de aquella galería de arte del carrer Consell de Cent con Alain. De las noches y noches en el obrador de la pastelería de la plaza dels Àngels y la turba de personajes que allí se concentraba. De los viajes en auto por esas carreteras de Europa para, porque sí, ir a oler el museo de Toulouse-Lautrec, por ejemplo, en el centro de Francia, o para hablar con un periodista en Zurich sobre no recuerdo ya qué asunto relacionado con no sé qué pintor. Todo eso se contiene en cada pieza encontrada en las basuras, recuperadas para la colección de arte abandonado. Es el lado oculto de la luna, sin el cual, la luna misma resultaría un satélite insostenible en su órbita.
Ya les contaré. Les dejo con imágenes de la Casa Museo Joan Abelló, en Mollet del Vallés. Y un recuerdo en el aire para mi amigo José Luis, al que le hubiera encantado vivir esta fantástica aventura.