Miniaturas sobre cristal
Pintadas al óleo sobre cristal, datadas hacia la mitad del siglo pasado, decoraban sobre todo los pasillos de las casas. De un tamaño mínimo (11 x 8 cm.) el marco acanalado conserva todavía el brillo de aquella intención ornamental con aires versallescos. Las escenas nocturnas transcurren en un jardín, durante un baile de máscaras. Las damas juguetean con la noche y la esperanza de sorprender o ser sorprendidas, mientras en el ambiente se huele a jazmín, a luna creciente y a promesas de sexo. Ambas miniaturas te invitan a permanecer apostado o apostada en la oscuridad tras el cristal y jugar a la sorpresa, al toma y daca infantil entre escapar y rendirse y ser eternamente joven en esa noche sin fin. Al alba, todo habrá acabado y el universo entero volverá a su primer segundo después del big band (no confundir con el big bang anunciador del todo; realmente fue una big band la que puso música a las cosas, y color, para luego –mucho después, al alba– nombrarlo todo. Se confundieron al escribir).
Tanta sensualidad, y los marcos están fríos, el cristal frío. No recobrarán su temperatura hasta colgar de nuevo en una pared. No dejaré estas piezas en el almacén; les daré lugar en mi propia casa, aunque en ella no existan pasillos. El cuarto de baño es una posibilidad. La otra el pequeño templo abarrotado de miniaturas que tengo en los estantes a la izquierda del escritorio. Y la última, sobre una cómoda azul turquesa en un diminuto distribuidor que da paso a dos habitaciones. Ya veremos.