"Las hogueras de San Juan,

los corros, los bailes en torno al fuego… Nunca lo he visto pero parece que es así como los hombres primitivos celebraban esa primera noche del verano con la que ya comienza el otoño, ese mediodía y ese clímax del ciclo anual que inmediatamente empieza a descender. Bailan y giran y están alegres. ¿De qué se alegran en su primitiva sencillez? ¿Tú te lo explicas? ¿Por qué están tan contentos? ¿Por qué a partir de ahí se emprende el descenso a la oscuridad, o tal vez porque ahí culmina el ascenso de todos los días anteriores, porque es el punto de inflexión inevitable, el solsticio de verano, el clímax del año, el momento de máximo orgullo a pesar del dolor que implica? Los hombres primitivos festejaban y danzaban alrededor de las hogueras movidos por un orgullo lleno de melancolía y una melancolía llena de orgullo; por una especie de desesperación positiva, si quieres darle ese nombre; lo hacen en honor a la paradoja del círculo y de esa eternidad sin duración y sin direccionalidad en la que todo vuelve y se repite una y otra vez”.

De “La montaña mágica”, Thomas Mann. Página 537.

Siempre me ha puesto muy triste el solsticio de verano. Mann ha puesto palabras a esa tristeza que tiene cita anual en el calendario. Es extraordinario dar con alguna respuesta, o con alguien que sepa entender tu estado de ánimo a contracorriente. Lo celebro con esta pieza que acaba de ingresar en la colección de arte abandonado.