La basura del arte

Mi hermano me mandó ayer la foto de bodas en blanco y negro que vio en la calle y que abre el reportaje de imágenes. Me rompió. En ella vi mucho más que lo que veo en una obra de arte abandonada. Y miren que viene a ser casi lo mismo. Y digo que me rompió, pero no hay drama. Es el tiempo, señores, señoras. Simplemente. El mercado no, como dijo aquel ladrón, director un día del Banco de Espanya. Simplemente el tiempo.
Seguramente hayan muerto los protagonistas de la foto. Tampoco importa. Como importa poco quién la arrojó a la calle, dentro de una bolsa. Lo que rompe, lo que contiene para mí el gran acto poético, es que otro alguien abrió esa bolsa para ver el contenido. Contempló la imagen, por su cabeza pasaron toneladas de desconcierto, y la dejó ahí para seguir su camino. No hay drama, insisto. Es la vida. Es el tiempo, que corre a la velocidad de la tierra orbitando en el espacio. En un chasquido, serán nuestras fotos las que anden en una bolosa, por la calle. Alguien las verá y continuará camino. No pasa nada. La tierra seguirá girando a la misma velocidad. No para él ni para ella. Para ellos todo se detuvo hace tiempo. Ya nada existe en ese espacio inerte al que partieron. Ajenos, ya, a las exigencias y desvelos ocasionados por el mercado, donde todo se compra se vende; en el que todo, todo, tiene un precio, la honestidad también, incluso la bondad.


El mercado… Ayer me dio por buscar agencias que vacían pisos. A tanto el metro cuadrado. Otras, te lo hacen gratis si les regalas el contenido, o buena parte de él. Lo más común es que ese género acabe en rastro y mercadillos, el segundo estadio del mercadeo en eso del arte, a un paso de los contenedores de basura. Otro peldaño por encima lo ocupa el siguiente escenario. Cuando se piensa despejar una casa, existe la posibilidad de pedir a una experta que valore los objetos y haga un “vaciado” in situ. Se anuncia: «gran liquidación», se enumeran a modo de cebo algunos objetos de esa vivienda y acuden a ella los gambusinos que buscan la pepita de oro, de aquel objeto devaluado en la tasación (siempre es así, pues se quiere atraer público) cuyo valor se puede duplicar, triplicar, quintuplicar… ¿Especulación? Bueno, y algún conocimiento también, y contactos, y experiencia de la tasadora (o tasador, aunque sólo conozco mujeres en tales ocupaciones). Es habitual encontrar en esas casas armarios y vestidores llenos con la ropa aún caliente del difunto o la difunta, los zapatos, enseres de cocina, incluso la escobilla del excusado en uso hasta hace bien poco tiempo. El tiempo, otra vez. Por supuesto, también. Pero continuemos. El siguiente eslabón en el mercado del arte, por encima del vaciado de casas, lo ocupan las salas de subasta. Ellas reciben mercancía que, sabiendo el poseedor o poseedora que tiene cierto valor, se desea convertir aquellos efectos, en dinero contante y sonante. La sala se quedará entre un dieciocho o vente por ciento de comisión (y al comprador le cobrará otro tanto en concepto de gastos de gestión). Yo me arruiné tres o cuatro veces comprando pinturas en salas de subasta. También gané dinero vendiendo en ellas. Ahora ya no. Qué alivio. Decía que, por encima de las salas de subasta, el pódium lo ocupan algunas tiendas de antigüedades muy selectas. Muchas veces sus propietarios o propietarias conocen mejor las manos de los artistas, la factura de las obras, que mucho profesorado de la universidad. Los grandes anticuarios pueden estar al nivel de las grandes salas de subasta en cuanto a la calidad de las obras con las que tratan. Queda, por último, un espécimen incalificable. Las galerías de arte. Algunas trabajan únicamente con artistas fallecidos; no distan mucho, entonces, de los anticuarios, aunque en ellas no encontraremos muebles ni artes decorativas, únicamente obra plástica o esculturas. Otras galerías se especializan en arte contemporáneo y tratan con artistas vivos, o casi. Por supuesto trabajan a porcentaje cuyo cobro puede llegarse a pactar en obra. Esa gente merece un premio. Deben sostener una cartera de clientes con buen nivel adquisitivo. Deben tratar con artistas y su condición, tan rarita a veces. Si quieren alcanzar el éxito deben apostar por valores emergentes y saberlos conducir en su producción y su quehacer mediático. En fin, un trabajo encomiable no apto para corazones débiles.
Por supuesto, el eslabón más bajo lo configuran los contenedores de basura. Ya saben que es ahí donde se ha fraguado la mayor parte de la colección. El arte abandonado, según mi criterio, llega hasta los rastros y mercadillos. Claro que, de alguna manera, también se abandonan las obras de arte cuando llegan a una sala de subasta o a un anticuario; pero se sabe con certeza (con toda la que se pueda tener en este voluble escenario) que pronto tendrán otro techo que las cobije. Es por lo tanto una transmisión patrimonial, no un abandono. En cambio un contendor, un mercadillo, un rastro… Ahí no cabe certeza alguna. Antes de pasar al último párrafo, decir que considero muy relevante señalar que en los últimos estratos del arte, en esos en los que se entremezclan los objetos, en los que se mueven a peso, las obras de arte son consideradas simples mercancías, algo así como un bolso, un zapatero o una gorra. Bagatelas de segunda mano, desperdicios de vida como la cola centelleante de un meteorito en su proceso de desintegración al entrar en la atmósfera.


Han ingresado seis obras de golpe en la colección de arte abandonado. Proceden de alguien que se dedica a vaciar casas. Como conoce el museo, me llamó. Les anticipo estas tres. En una imagen aparece el restaurador en plena pesquisa para descifrar de qué tratan los tres objetos. Parece ser que son “chinoiseries”, piezas elaboradas con laca (a la usanza china) con motivos orientales, pero hechas en Europa hacia el primer cuarto del siglo pasado. Un pastiche con trazas de art noveau tardío, hecho sobre madera lacada y decorada manualmente con esos motivos naturalistas. El cuidado en la elaboración, así como el enmarcado elegante y el remate en tela de la parte posterior, indican que son objetos artísticos decorativos y originales, de alta gama para una casa en consonancia, que es de la que me cuenta mi amigo que salieron estas piezas. “Yo te hago el favor de vaciar la casa con mi furgón, tú me das todo lo que no quieras y yo intento ganarme algo con todo eso”. Esa es la cadena de sucesos. Mi amigo de la furgoneta me llama para ofrecerme el paquete del cual muestro hoy esas tres delicatessen. Yo las recojo admirado y pienso en la foto que me mandó mi hermano. Chasco los dedos, y sigo aquí. Los chasco de nuevo y todavía permanezco. Todavía no estoy en una bolsa de basura.