Für Moma-Popa. Feliç 2025

Al primer golpe de vista pensé que se trataba de un submarino. Después vino la mesa con sus seis comensales. Si les dijera que puedo percibir la esencia de cada personaje… Sería exagerar, sí. Para no perderme en desvaríos, procedo a voltear la obra y me encuentro esa dedicatoria en alemán a la abuela y el abuelo, pero también la anotación repetida: “Violeta del Teide. Alexander Von Humboldt”. Ciertamente, fue él quien primero describió esta delicada joya de la naturaleza. Pero no es la violeta la protagonista del dibujo y me pregunto si alguna vez lo fue en ese marco. No entiendo bien, pues, la inscripción del anverso. No importa, la única certeza es esa mesa y sus comensales. Excepcional. Técnica mixta sobre papel. 9 x 14 cm. Sin firma ni fecha.
Una obra infantil, sin duda, en la que todavía no soy capaz de explicar esa especie de espuela que sale de la mesa por el extremo derecho. ¿He dicho espuela? Tal vez sea la chispa prendida en la mecha, conectada a un paquete de TNT adherido a la parte inferior de la tabla. De ser así, queda poco tiempo para que esa gente se convierta en carne de hamburguesa. Tal vez exista un comensal externo a la espera de su cena suculenta y, lo que vemos, sea el fogón dispuesto a preparar el manjar al gusto de ese elíptico sibarita. De resultar cierta esa propuesta, nuestra artística criatura en unos años promete convertirse en digna sucesora de la saga de los Tarantino o Robert Rodríguez que tanta víscera esparcieron por las pantallas de cine a caballo de este siglo y el anterior. Como pieza salida de la mano de un niño o una niña, posee todos los atributos que las caracterizan y que tan exquisitamente glosara Sebatià Gasch en su libro “El arte de los niños”. Me perece un trabajo absolutamente encantador que no me canso de admirar. Los insistidos, las distintas maneras de llenar las formas, la posición y dimensiones de cada personaje, la deliciosa irregularidad del óvalo de la mesa, esa perspectiva desdoblada, la desnudez de otros elementos, la fuerza con la que te conduce la mirada hasta llevarte al pasmo. Deliciosa, sí. Sin concesiones. Ya sé que hay más voluntad que cuerpo teórico, más instinto que capacidades, más de juego que de intencionalidad artística… Y qué. Todo eso no varía un ápice la emoción que me despierta, la sorpresa, el asombro por la audacia carente de todo atisbo de notoriedad, y esa enorme presencia de firme voluntad de ser, acompañadas por la contundencia y el simbolismo oculto despropiados de cualquier sospecha de disimulo o intención de epatar. Por todo eso.