El cuadro de Francesc

Acabo de regresar; el de Barcelona ha resultado un viaje catárquico. Aunque ya lo intuí antes de ir, cuando te sumerges en la realidad descubres que esconde resortes que te hacen saltar por los aires, desmembrado. Ahora vienen días para recomponerme, sabiendo que ya no seré el mismo. Es lo que tienen las catarsis, esas experiencias vitales profundas que te transforman. Además, todo ha ido tan rápido… El 20 de septiembre recibo un mensaje de mi amigo Sergio porque quería donar unas cuantas obras de su madre y de amistades suyas; acababa de fallecer y no quería lanzar esos cuadros a la basura. Como quería ir a visitar a mis hijos, organizo el viaje en medio del caos que tengo por aquí. El día 8 de octubre, recibo otro mensaje, esta vez de Francesc Torres.
Conocí a Francesc hace unos años a través de un grupo de Facebook. Le sorprendió que comentara algo sobre un libro que ambos hemos leído: “El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral”, de Julian Jaynes. Un nexo extraordinario, esa lectura. Me sumergí en su producción artística y quedé, literalmente, anonadado. Él empezó a seguir el proyecto del Museo de Arte Abandonado. Y así, este enero pasado, nos conocimos personalmente en Barcelona en mi anterior viaje. Que alguien con su visión artística, te diga que el museo es “una obra de arte en sí misma”, pues caramba, te anima. Por mi parte leí “La campana hermética” y varios catálogos de sus instalaciones. Me he rendido hace tiempo ante la profundidad, sensibilidad y compromiso de sus trabajos. De los mejores, sin duda. El día ocho de octubre, hace apenas veinte días, recibo un mensaje suyo en el que me dice que ha dado vueltas a una idea y que tiene un lienzo de su padre, intervenido por él, y que si lo aceptaría para el museo. Imaginen. Saco billete de avión y aquí estoy de regreso. Me gustaría que leyeran lo que el propio Francesc publicó en su muro de Facebook sobre la obra que ha entregado al museo. Cinco días antes del viaje, el pasado diecisiete, el gobierno otorga a Francesc el Premio Velázquez de artes plásticas, el más alto galardón del panorama artístico nacional.
“Entre las pinturas que he encontrado de mi padre hay una en particular que me pilló con la guardia baja. Me sorprendió la mala ejecución comparada con la de telas anteriores, y digo anteriores porque siendo mi padre un pintor amateur autodidacta, nunca le habían fallado las manos de una forma tan manifiesta hasta el final de su enfermedad. En esta tela, evidentemente, se aprecian deslices que sólo se pueden calificar de neurológicos. Mi padre murió de cirrosis, un mal chiste porque no bebía y lo que se lo produjo fue una Hepatitis C contraída décadas antes de que se supiera qué demonios era eso cuando ya se trataba de una epidemia colosal en España sin que nadie lo sospechara. Uno de los muchos efectos de esta enfermedad cuando empieza a pegar fuerte es la encefalopatía, que se puede manifestar como desorientación y demencia, acompañado todo con problemas de equilibrio motriz. El hígado falla, no filtra y envenena todo el organismo, incluido el cerebro. Cuando mi hígado implosionó hace década y media (yo bebía, pero tampoco en mi caso fue esa la razón, a ver si la adivinan…) llegué a este estado que describo y puedo asegurar que es absolutamente terrorífico. Afortunadamente estoy aquí para contarlo. Mi padre no, murió con sesenta y cuatro años sin llegar a la jubilación que esperaba disfrutar pintando.

Huelga decir, por lo tanto, que el descubrimiento de esta tela, con la marca de Casa Piera en el dorso para situarla histórica y contextualmente en Barcelona, ha sido como un accidente de circulación en la autopista traicionera de la vida. Al ser una pintura absolutamente irredimible y tener todos los números para acabar en la basura cuando yo no esté, decidí salvarla interviniendo en ella. Ahora es una muy modesta pieza textual a cuatro manos que no existiría sin el intento fallido de mi padre, que tuvo muchos. En lo único en que no falló fue en ser una buena persona que mereció mejor suerte. Lo que se dice en la tela es una verdad absoluta que entronca con el shamanismo curativo implícito en el arte paleolítico prehistórico y también el que todavía sobrevive en nuestros días en las altiplanicies de Borneo o en algunos reductos del Amazonas. Josef Beuys, antes tan omnipresente, estaba al loro de estas cosas. En estos contextos el “gusto” o la “calidad”, por ejemplo, no existían como tales simplemente porque no importaban como importan ahora, particularmente con lo que respecta al mercado de lujo. Recuerdo a Arthur Danto diciendo que a los curas medievales lo que les importaba realmente era que San Antonio fuera reconocible y que para eso todo lo que se necesitaba era que el santo fuera acompañado siempre de un cerdo, ya que sin él nadie sabía que pinta tenía el santo; que la ejecución fuera excelsa era un tema secundario. Luego las cosas cambiaron, claro.
Lo que estoy tratando de decir, de una manera imprecisa y mal hilvanada, es que el arte si no se hace por necesidad, como se trasplanta un hígado, se amputa un brazo, se apaga un incendio o se saca del agua a alguien antes de que se ahogue, es como el arte de la esgrima olímpica, un simulacro, un placer para la vista que no recuerda sus orígenes. Mondrian dijo que el arte existe porque el mundo adolece de falta de harmonía; el día que la harmonía reine en el mundo, el arte dejará de existir, según Piet. Si a lo que se refería como harmonía es la ausencia del dolor, no podría estar más de acuerdo”.
El miércoles pasado, nos encontramos finalmente en Els Jardinets de Gràcia; un encuentro planificado estratégicamente. Quería que fuese una obra abandonada la que me encontrara, así que pactamos que a las doce estaría la pieza apoyada junto al grupo escultórico de Clarà y él cerca para custodiarla hasta que yo diera con ella. Y así se hizo, la encontré bien envuelta en papel kraft, con su cordón blanco y todo. Luego departimos un par de horas en la cafetería del Hotel Casa Fuster. Brutal. No desenvolví la pieza hasta llegar a casa de mi hermano.
Tras el comentario del propio artista que pudieron leer entrecomillado, poco más cabe apostillar sobre la obra. Sin embargo, ya saben lo atrevida que puede ser la ignorancia, así que no me resisto a decir la mía. La intervención de Torres sobre la obra del padre es, ante todo, de un respeto máximo y, además, de sincero reconocimiento. Dicho lo cual, atendiendo a qué período biográfico corresponde la pieza, el texto de Francesc, casi escultórico formalmente hablando, rescata ese ramo del fondo abisal y tiende la mano a la víctima del naufragio clínico para llevarla de nuevo a la superficie, siguiendo la claridad que llega con fuerza en ese contraluz que retroalimenta al buqué floral. La extraordinaria potencia del texto es, al mismo tiempo, sanadora. El giro “aunque sea bueno” esconde la esencia del arte. Hace presente esa humana necesidad de crear, que nos iguala a los dioses. Es un canto a la vida, a la voluntad de crear belleza más allá de cualquier resultado estético. Es el grito en defensa del arte como postura existencial, como la íntima decisión personal que es, por vivir de pie, en una sociedad que hace todo lo posible por mantenernos de rodillas. Es la belleza del minero en las barricadas, de la clase obrera en la lucha por sus derechos. Todo eso es, la intervención escultórica del hijo sobre los cimientos ejemplares del padre en su ocaso. Cuánta belleza y cuánta dignidad.

La isla toda, está infinitamente agradecida por tu gesto hacia este humilde museo, maestro.