El arte ingenuo

Con motivo de la lectura de un artículo del periodista Alberto Velasco, que Aitor Quiney publicaba en su Facebook, referido a la ecléctica colección del notario y coleccionista catalán Javier Santos Lloro, en la que, si hay que destacar una línea común sería la del “arte ingenuo”, caigo en la cuenta de que un buen número de piezas de la colección de arte abandonado, entran en tal categoría. “Un arte que, según Sebastián Gasch en “El arte de los niños” (1953), no sólo comprende las manifestaciones artísticas infantiles, sino también las de aquellos adultos que no recibieron formación específica y, además, las obras artísticas que, a pesar de tener una sólida formación, exploran vías creativas a partir del lenguaje del arte de los niños o adultos no formados. Es así como el arte puro, el arte no contaminado, el arte ingenuo, da lugar a una colección nada ingenua” (El Punt Avui, 18 noviembre 2024).
El artículo me removió. Necesitaba saber más. Busqué en la red y di con la primera edición del libro de Sebastià Gasch (Producciones Editoriales del Nordeste. Barcelona 1953). Ayer me llegó esta pequeña joya encuadernada en tapa dura, con 80 ilustraciones en negro y color y dos cuatricomías.
“El niño no pinta y dibuja lo que ve, sino lo que sabe, bajo el influjo del ‘realismo intelectual’ que hace que al jinete de perfil se le vean las dos piernas o que una cara, representada igualmente de perfil, tenga los dos ojos que él sabe que tienen las personas en el rostro”. “Otro procedimiento relativamente sencillo para poner en evidencia los elementos invisibles de un objeto, y, por tanto, para describir ese objeto en su totalidad, es el que el citado profesor Luquet denomina ‘transparencia’, y que consiste en representar ciertos elementos, como si los factores que los ocultan fueran transparentes y permitieran verlos”. “El cambio de puntos de vista da origen con frecuencia a soluciones muy singulares. Cuando los niños han de dibujar una calle o una plaza, pongamos por caso, suelen hacerlo con las casas echadas atrás. Las primeras mesas que los niños dibuja suelen estar completamente de lado y a nivel visual, con una línea horizontal que quiere representar la superficie y dos verticales que la sustentan que son las patas; a veces en lugar de dos patas ponen cuatro, todas en línea, y con la misma separación una de otra”.
Ahora estoy en las páginas donde se habla del debate pedagógico entre educar a los niños con arreglo al método tradicional: reproducción fiel con las tres dimensiones de un modelo de yeso o vivo, la copia del natural, o enseñarles dibujo haciendo que trabajen con entera libertad al dictado de su inspiración. Me quedan veinte páginas que degustaré poco a poco, muy poco a poco.

A la par, también hoy me ha llegado el cuadro de una niña de doce años, en un trabajo de primero de la ESO (lo lleva escrito en el bastidor junto al nombre), que es la copia de una obra de Jorge Oramas. Me emociona que la niña, o el docente o la docente, hayan elegido ese motivo. Rebota en mi cabeza “Media hora jugando a los dados”, de Agustín Espinosa. También me entregaron de la basura una acuarela firmada Paco Martínez en el ’85. El planteamiento en sí del bodegón, el higo pico, extrañísimo en una pintura y, sobre todo, la exagerada desproporción de la naranja, así como la fina película de ficción que separa a los frutos de la realidad, aportan una verdad fuera de duda, una verdad superlativa y lo enmarcan dentro de la estética del “arte infantil”. De ahí mi emoción. Y también la emoción por el placer de poder juntar fuentes, aunar casualidades como la lectura del post de Aitor, el artículo del Punt Diari, o que hubiera un solo libro de Gasch esperando en la red para mí… Tener el ejemplar en mis manos, pasear por sus páginas de recio papel… Pero no es todo. Rescaté de mi biblioteca (un hecho bien difícil ese de encontrar algo en ese caos) un librito en fotocopia, encuadernado con cartulina amarilla, del Colegio Público “El Rosario”, en Tenerife, del año 1983, con los dibujos de todos los niños y las niñas del centro… Lo tenía en casa desde hace años (he sido siempre un “basurillas”). Todo junto, con el cuadro de Ana, la alumna de primero de la ESO, la acuarela de Paco… Muchas maravillas juntas. Noto algo así como “el síndrome de Stendahl” pero de tener tanto rato el cuello hacia abajo, leyendo, mirando los dibujos, la obra de Ana, la de Paco…
Claro, por supuesto que la magia existe… Requiere de ejercer, sin tregua, una RESISTENCIA SOSTENIDA. Y sentir placer a cada paso, pese al agotamiento.