Dos acuarelas, una intención
Llegaron la semana pasada al museo. Acaso, sólo exista una única manera de pintar. Nace incluso antes de agarrar los pinceles; se gesta cuando incubamos la intención. Todo lo demás son los distintos tipos de liturgia. La pregunta, el gran misterio para mí, radica en aquello que alimenta la intención. Todos, todas garabateamos cuando descubrimos los lápices de colores. En la escuela, con apenas diez o doce años, descubrí cómo dibujaba Manel, nuestro compañero de clase, y quedé patidifuso. En aquel instante sucedieron dos hitos que, entre otra docena, marcarían mi destino. Por un lado, decidí/comprendí que yo nunca sabría dibujar así. Por otro, se incubó en mí la necesidad de profundizar en lo insondable del dibujo, de la pintura. Al mismo tiempo intentaba poner negro sobre blanco mis cábalas internas. A los sesenta, se levantó el Museo de Arte Abandonado y los textos que envuelven las obras que se van recibiendo.
Estas dos piezas que presento, pese a las notables diferencias de estilo, poseen ese nutriente común que es la necesidad de pintar. Abordan la manera de plasmar la realidad con soluciones distintas. Casi siempre, mi imaginación viaja en busca del motivo que impulsó a realizar tales creaciones. El recorrido finaliza siempre en una amplia sonrisa. Qué importa, si tenemos el resultado delante; estamos ante el éxito de un objetivo cumplido. Imaginen…