Dejaron esto en la puerta del Museo

Es la primera vez que ocurre. Las chicas salían de casa y volvieron a entrar de inmediato diciendo que me había dejado eso fuera, en la puerta. Yo no fui, alguien dejó ahí esa pintura. No sé qué decir. Ante todo, el estupor y la emoción. Es un suceso difícil de imaginar apenas unos meses atrás. Y después la obra, esa figura que ni en sueños uno tampoco es capaz ni de intuir.
Hoy mismo me pasaron la portada del libro de Baudrillard “El complot del arte”; el enésimo escrito sobre la banalización del arte. La “transestética del arte”, simulacro y arte en la época de simulación total. Perdonen, pero esas definiciones son, simplemente, “transestéticas del discurso sobre el arte”, que en buena parte vienen marcadas por los intereses del mercado y la verborrea erudita. Qué transestéticas ni qué hostias; dejemos que la gente se exprese y pinte lo que quiera como quiera; o que haga el arte que le dé la gana. Baudrillard me parece ligeramente pedante. ¿Sería transestética esta Gioconda? ¿Banal? ¿Una tomadura de pelo?
Quizás vaya ahora a excederme un tanto. La Mona Lisa de DaVinci, como El Quijote de Cervantes, son piezas que no las aguanto. Reconociendo sus cualidades, me hartan. Imagino que no son ellas, que ocurre por la sobredimensión que las envuelve. Me quedo con cualquier pieza de la colección de arte abandonado, antes que con la señoritinga de DaVinci. Me quedo con Fetasa, de Isaac Vega, antes que con el ingenioso hidalgo. El laberinto de Ramón es de mucho más calado que el propuesto por Cervantes. Sin duda, se debe a la época de cada creación, siendo la del Quijote tan patética, que me apena vivir en un país cuyo paladín tuviera que vérselas con esas. Ramón en cambio, es puro surrealismo metafísico; su dolor es el de un mundo a la deriva, no el de un sujeto en un mar de iletrados terratenientes. En fin. Que la Gioconda en la puerta de mi casa, sin rostro, es pura Fetasa. Su ejecución dibujística, rellena de un puntillismo lineal que más parece un estarcido, propio de la incompetencia por desconocimiento, me parece de una honestidad que vuela más alto que el modelo, del que sólo admite la composición y los contornos. La yuxtaposición y superposición de capas y colores, me parece de una ingenuidad que en nada tiene que ver con la voluntad, lo que coloca la pieza en un dechado de virtudes relacionadas con la verdad.
Podré estar equivocado en cada una de las líneas escritas en el párrafo anterior. Tal vez sea yo el ignorante que no sabe nada de arte. Mi vómito es pura emoción, a la que procuré confeccionar un traje con palabras para hacerme entender. Poco más he de decir. Tampoco sé mucho más.