Contador a cero

Con innumerables temas, una vez concluidos los echo a la papelera para desocupar espacio en mi tumultuosa memoria. Ocurre con los documentales de naturaleza de Pedro Felipe Acosta, a los que desde hace unos siete años les construimos los textos al alimón. Titánica tarea. Compleja por la temática y por la perfeccionista idiosincrasia del director. Los resultados han sido siempre espectaculares, cuestión refrendada abrumadoramente por clientes, público y gente especializada en la materia. Reconozco que entre ambos conseguimos un todo riguroso, poético y narrativo muy interesante. Claro que, de nada serviría sin el concienzudo, riguroso, artístico y emotivo esfuerzo de Pedro al poner la cámara de la manera que la pone frente a la naturaleza de las islas.

Ayer estuve en su estudio para redactar los textos de una memoria para un nuevo proyecto. Es complicado encontrar financiación para un documental que llevará dos años de trabajo. Pero esa no es la cuestión. Estuvimos hablando de la acogida del reciente trabajo que se presentó a finales del año pasado en los cines. “Anaga. Naturaleza infinita”. La acogida está siendo espectacular, según me dice. El “Diario de Avisos” repartió en uno de sus dominicales un calendario para 2025 con imágenes del documental. Se está preparando una exposición itinerante. La película se presentará en el próximo FICMEC (Festival de Cine Medioambiental de Canarias) y se llevará por los centros educativos de la isla. Sí que me han ido llegando voces de personas conocidas que fueron a ver la película al cine y me dijeron que les encantó, pero ayer Pedro me amplió detalles de gente a la que le ha maravillado. Bueno, ya me he acostumbrado a eso en los trabajos con Pedro. Reconozco que colaborar con él ha servido para mejorar mucho la calidad de mis propios textos. Su metodología revisionista hasta la extenuación, me lleva a repasar los escritos con mirada más crítica, incluso a construirlos teniendo en cuenta una estructura determinada para cada tema y con un enfoque concreto para cada caso. A mí también me llegan ecos del impacto de los escritos que redacto para comentar las obras de la colección de arte abandonado y, de paso, la vida.

Bueno, pues era eso. Darme un poco de brillantina para acabar el viernes. Y como es ya fin de semana, este texto no lo pienso revisar. De vez en cuando me gusta que los errores gruesos salten al cuello. No soy perfecto, ni nunca lo he pretendido. Nunca podré trabajar siguiendo la meticulosa y exigente metodología de Pedro. Somos muy distintos. Tal vez por eso el resultado tenga su aquello. Ver trabajar a pedro es extenuante. Parece un taller de joyería esa pantalla con la línea de tiempo y las secuencias. Si les mostrase los borradores de los textos… Un caos. Tachones y más tachones y, en medio o en algún lado de ese amasijo, una frase válida que pasa al documento Word en el ordenador. Pienso cada línea sobre papel, escucho frases sueltas que dice Pedro. Lo meto todo en la batidora. Leemos en voz alta y volvemos a rectificar ya en la pantalla. Y al día siguiente empezamos por repasar lo del día anterior. Y cada dos o tres días revisarlo todo desde el principio. Y siempre, siempre, hay cambios. Sutiles, imperceptibles algunos; gruesos, contundentes otros. Y al final, dejamos dormir el texto acabado dos o tres días y volvemos a revisarlo al completo. ¿Imaginan si cada escrito que subo a diario en mi Facebook llevara ese trabajo? Imposible. Pedro es arquitecto. Yo un pocero. Ambas materias tienen su arte. Les dejo con la portada del calendario. Otro día les hablaré del restaurador del museo.