Conflictos con la línea espacio temporal

Comprensible, cuando te acabas de leer las novecientas tres páginas de “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, la novela de Murakami. Espectacular, es poco decir. Una mezcla del mejor realismo mágico, Stendhal, Fred Vargas, Freud, Virginia Wolf, Harry Potter y Richard Dawkins. En el revoltijo, se han mezclado algunos comentarios relativos a las obras de la colección que publico aquí.

“Cuando yo era pequeña, en la tómbola de las fiestas del pueblo, la mitad de los boletos que compraba ponían ‘derecho a marina’ o ‘derecho a piña de plátanos’ y aquel cuadro horroroso volvía al pueblo al año siguiente, al otro y al otro también. Al parecer, cuando se subastaba nunca nadie lo reclamaba”. Aquel pueblo era El Porís, aunque la feria rondaba por toda la isla. No hace falta poner imagen a esa marina, la pueden imaginar.

En otra de las líneas espacio temporales, superpuesta o en paralelo o en alguna intersección cósmica, aparece la obra que presento: una casita con nubes psicodélicas y árbol alucinógeno. Acaba de ingresar en la colección. Imbuido por las obras de la exposición de María Sanmartí, en la Fundación Palau i Fabre cuyo catálogo adquirí recientemente, me entran ganas de quedarme a vivir en el cuadro, de escapar hacia alguno de los otros multiversos donde las cosas pueden ser algo más sencillas, o más intensas, o más… Y sé que es posible, lo verdaderamente maravilloso es que se puede hacer, o estoy en disposición de dar el salto y arriesgar. Pero hoy no, hoy les dejo esta pequeña crónica cuyo sentido sólo puedo encontrar en esos márgenes que transcurren en paralelo a cualquier vida y que, entre guerra y guerra, nos hacen creer en cierta normalidad cuando, ya lo saben, lo que rige el cosmos es un caos superlativo, de esos de sayón y escriba.