Caminar y pasear
No es lo mismo, claro que no. Casi no hace falta explicarlo, pero lo haré, porque quiero pasear. Si hubiera empezado la primera línea de texto con la intención de salir a caminar, andaría ya casi hacia el final del texto. Pero como lo que deseo es pasear por las palabras, me permito el placer de avanzar sin saber demasiado a dónde me llevarán los pasos. Sí, hay una idea somera, pero ya se revelará, si es que le apetece. Porque durante el paseo, una de las suertes es la posibilidad de que la sorpresa acontezca. Si caminas, vas tan rápido, tan a por la labor, que lo único relevante son los pasos, la cadencia, el ritmo, las pulsaciones… En cambio si paseas, todo eso carece de importancia; lo sublime es la mirada como perdida, al capricho del impulso. Lo principal durante el paseo son los sucesos invisibles, como esa hoja que cae sin ruido, el cambio de temperatura al pasar por un espacio verde, el rostro único de la persona con la que te cruzas, imaginar el destino de cada viandante o el del planeta, si te apetece…
Hay artistas que, al pintar, caminan. Y hay artistas que, al pintar, pasean. Casi no hace falta explicarlo, pero lo haré, porque salí a pasear. Si hubiera empezado la primera línea de texto con la intención de caminar, andaría ya casi hacia el final de la idea. Son las 3:29 AM, una hora excelente para el paseo. En la colección de arte abandonado, abundan descaradamente las obras de paseantes. Artistas que tomaron los bártulos con la intención única de obtener placer. El resultado importaba poco, casi nada. Tengo el transistor de pilas cerca, emite un programa sobre cine. Probablemente, el pintor o la pintora que pinta paseando, tenga una ventana abierta en la sala y se pierda observando sucesos ínfimos. O se concentre en un detalle pero su mente ande por otros barrancos profundísimos. Pintar como paseo es dejar que el impulso decida por ti. Iba a decir que Velázquez caminaba con los pinceles, pero en un paseo no se juzga, o si lo haces es con la intención de que el primer viento te haga cambiar de opinión.
El título de esta crónica se me ocurrió el otro día, mientras paseaba con la perra a las seis de la mañana. No salgo a caminar con la perra. Aunque tire de mí, aunque deba reconducir su itinerario, ella y yo paseamos. Paseo cuando escribo, salvo cuando me pagan por escribir; entonces camino. Es agotador escribir caminando. Agotador. Me agota caminar. Mi padre, en el pueblo, cogía la Vespino y salía a pasear. Recorría caminos al tuntún, por el placer de revisitar paisajes y apreciar los cambios más mínimos de ayer a hoy. Mi hermano heredó esa costumbre. Y yo también, aunque prefiero caminos con más asfalto. Mi madre sale siempre a caminar, siempre a paso rápido… Nunca tuvo la cabeza en su sitio. Mi padre tampoco, pero cuando paseaba conseguía no ser él, o serlo completamente, que viene a ser lo mismo. Yo tampoco me sé muy bien. O me sé tanto que quiero pasear para olvidarme de mí mismo por un tiempo. Tampoco sé pintar. Y como paseo al escribir, pues mis textos nunca sé a dónde me llevarán. Quería hablarles en segundo plano de pinturas… Y hablé de mi familia. Quizás todos los temas sean el mismo. El Prado es un museo para caminar. El Museo de Arte Abandonado, uno para pasear.
Son las 3:57 AM.