Jordi Maragall
Nieto de poeta. Hermano de políticos con relevancia histórica. Artista. Barcelona, 31 de diciembre de 1936 – Barcelona, 1 de enero de 2023. Acrílico sobre lienzo, 92 x 60 cm. En el reverso consta: “Jordi Maragall 1990. Cordialment per Montserrat Mira”. Estaba en el lote de cuadros que mi amigo Sergio, el hijo de Montserrat, donó generosamente al Museo de Arte Abandonado. A continuación, copio y pego un texto del sitio Bonart.cat.
“Una obra difícilmente clasificable, ya que no sigue ninguna corriente ni tendencia determinada. Fuera de las modas establecidas, el realismo y la abstracción se verán reflejados dependiendo de sus necesidades, en un ir y venir sin ningún tipo de perjuicios. En el texto del catálogo de la galería Dau al Set (1984) la crítica Victoria Combalia hace énfasis en la utilización de diferentes expresiones yuxtapuestas que Jordi Maragall utiliza en su propio interés. Seguirán las muestras en la Sala Gaspar (1990) y en la Sala Parés (2015), entre otras, así como la que ahora sigue presente en la Fundación Lluís Coromina de Barcelona, inaugurada en noviembre de 2022.
Esta exposición hace un recorrido por su itinerario vital: desde los retratos y las primeras figuras cargadas de magma pictórico, siguiendo por las figuras donde nos muestra su virtuosidad dibujística o naturalezas muertas donde busca la esencialidad de formas y colores que desnuda de toda anécdota. Más adelante, evoluciona hacia el predominio de los valores constructivos patente especialmente por el uso del color y el gesto. En ese momento se queda con la dinámica del disparo, con una fuerza desatada del movimiento y una contundencia cromática que invade el espacio pictórico”.
Expuso en las mejores salas, demostró sobradamente su virtuosismo dibujístico y experimentó con la dinámica del disparo, con una fuerza desatada del movimiento y una contundencia cromática que invade el espacio pictórico. Esta obra pertenece a la última descripción. Una pieza de “arte gestual” que ve la luz a partir del expresionismo. El crítico de arte Harold Rosemberg consideraba que algunos de los pintores expresionistas abstractos habían dejado de considerar el lienzo como una superficie sobre la cual pintar. Por otro lado, habían comenzado a emplearla como una superficie sobre la cual registrar un acontecimiento. Sin embargo, este acontecimiento no era representado, como se habría hecho en la pintura histórica. En cambio, lo que se mostraba era el mismo encuentro expresivo entre el pintor y el lienzo. Esta actividad quedaba registrada en los trazos que el mismo artista producía con los materiales pictóricos. Entre ellos, las manchas, rayas, goteos, salpicaduras y puntos que, entre otros gestos, eran sus recursos principales de expresión. De esta forma, los lienzos y las pinturas mismas pasaron a ser arenas, en lugar de ventanas. Y lo que se puede ver hoy en estas arenas son las huellas dejadas por lo acontecido sobre dicho terreno.
La obra que presento es puro gesto; una danza a dos. Verticalidad y lateralidad confluyen en ese mismo instante. Incluso un abrazo, y un giro, y una transmutación. Exquisita la ocupación del espacio pictórica, como exquisita la combinación de trazos con mucho pigmento y otros con poco. Así configura el artista los dos planos y llena de tridimensionalidad la pieza. Hermosa.
Recuerdo que mi amigo Alain pidió dinero prestado para comprar un cuadro de Manuel Viola (Zaragoza, 18 de mayo de 1916 – San Lorenzo de El Escorial, 8 de marzo de 1987). 250 x 250 cms. Una burrada de grande. Creo que pagó dos millones de las antiguas pesetas. Y si recuerdo bien el dinero se lo prestó unas galeristas de la calle del Consell de Cent. Allí estaba la obra, en la trastienda de la galería. Alain sostenía que era el cuadro más grande del informalismo colorista, una pintura gestual en toda regla cargada de energía y color. Algún día, afirmaba, alguien pagaría cinco veces ese precio, cuando se reconociera su gigantismo único, y el propio genio del artista. Aquellas mujeres perdonaban al francés todas sus excentricidades mercantiles, no en vano, en muchas operaciones les había hecho ganar buenas sumas de dinero. Además, en esa indefensión suya nada amanerada, Alain era (y lo debe seguir siendo ahora, a un lustro más o menos de convertirse en octogenario) un osito de peluche al que apetecía proteger, pese a su singularísimo carácter. De él aprendí la teoría del error lógico, y que hay que resistir la tendencia del mercado a rendirte ante el primer cero y al segundo de más, cuando quieres vender algo que realmente sabes que merece un quinto o sexto cero…
Ay, qué de historias. Lo voy a dejar aquí.