Qué poco me fijo cuando no me fijo

La pareja de buscadores de Santa Cruz, me llamaron para decir que tenían un cuadro para mí. Tardé más de una semana en pasar a buscarlo, aprovechando otros asuntos en la capital. Cuando me enviaron la foto, de inmediato les dije que sí, que muchas gracias. Pensé que se trataba de La Laguna. Y yo todo contento. Al rato, por si acaso, pensé, envié la imagen a Juan Pedro y a Germán. Ambos no tardaron ni un minuto en decir que eso no era de aquí. Lo que es fijarse bien, eh, no ir de sobrado. Juan Pedro me mandó al instante capturas de pantalla de Cartagena de Indias, en Colombia. Efectivamente, no era La Laguna, que era Colombia. Mi capacidad para utilizar el ojímetro a grosso modo, es proverbial.
Ecuador, Argentina, Paraguay, Bolivia, México, Chile, Venezuela, Perú, y ahora Colombia. La representación del cono sur americano empieza a ser relevante en la colección de arte abandonado. De autores de primera línea como Enrique Valda del Castillo, a trabajos como éste, firmado Gueto, con calidades que van de un extremo al otro. Pero a la colección no le importa demasiado las firmas ni las calidades. Toda pieza es un acto de rebeldía que defiende el riesgo del hacer por devoción, hacer por hacer cuando no se desea hacer otra cosa que armarse con pinceles y pintar. O tal vez, como es el caso, hacer a cambio de unos pocos pesos recibidos del turista que desea volver a su tierra con un producto local.
Cuando me puse a ojear la red en busca de obras similares, encontré un centenar largo de vistas así. Concurría en todas ellas el hecho de tener un acabado mucho más exacto, más naif si cabe. Unos resultados que expresan la intencionalidad de representar la realidad de esa manera y no de otra, como si se tratase de una manifestación local. Suele ocurrir con la artesanía. En Uruguay, por ejemplo, la escuela constructivista de Torres García se ha colado en todos los souvenirs para el turismo, sean de artesanía local, o manufacturados en China. En este caso, no es la arquitectura del tipo colonial lo que me atrapa de esta pieza, ni esas calles; son los personajes, tan y tan infantiles, tan elementales y sin miedo. Cuando hice un máster en comunicación, hará unos veinte años, uno de los ejercicios consistía en decir en voz alta: “yo sé hacer esto aquí”. Si afinabas el oído podía captar si había seguridad en la afirmación, pero, sobre todo, dónde recaía el énfasis. Situarlo en el “yo” rara vez ocurre. Situarlo en el “yo” era síntoma de seguridad personal, de reafirmación, lo cual tampoco significaba mucho pues pudiera ser cuestión cierta de autoconfianza, o una estrategia para aparentar seguridad. Pues bien, esta pintura pone el énfasis en ese “yo”. Se expresa con lo que hay, da la cara sin querer aparentar. Y no es impostura. La impostura en este caso sería hacer lo mismo, pero buscando el perfeccionismo. Un caballo blanco al que no le llegan las patas al suelo, y esos machangos como si fueran muñecas de trapo no son, que digamos, ejemplos de perfección. Son lo que son, lo que hay. Con todo. Son verdad, seguramente perversamente culturalizada, pero una verdad pictórica. Es lo que cuenta.
Recuerden que el viernes se inaugura en el museo la primera exposición temática. Ruego avisen aquí, en los comentarios, si van a venir; para ir sacando sillas. Después iremos unos metros más abajo, en la propia calle, al bar La Copa, a echar unas cervezas que cada cual pagará de su bolsillo.