Piedras
Montserrat Mira, 1965. Óleo sobre tela. 50 x 60 cm.
Estaba entre las tres docenas de obras de su madre, que Sergio me guardaba para que eligiera con destino a la colección de arte abandonado. El cuadro se me abalanzó en un abrazo sin fin. Me recordó las paredes de una construcción inca o azteca o maya, que no estoy muy ducho yo en ese período. Sé que no tienen demasiada relación, pero cuando miré por detrás y vi el título de la pieza, me emocioné. No tendrán nada que ver, igual Montserrat ni conocía esas construcciones, pero ahí estaban sus “piedras” en un extraño muro como blandito, en el que apoyar las penas.
Enseñé a Germán las imágenes del tesoro que llegó de Barcelona para el Museo; al ver ésta también expresó su asombro ante tanta belleza. ¿Qué don posee el arte para conmover a personas tan dispares? “Impresionante. Maravillosa”, terció Germán. ¿Qué hay en esa obra? ¿Qué secreto guarda tan celosamente? Tras horas observándolas cada vez que pasaba por delante, caí en la cuenta. ¡Son piedras preciosas! Cabujones de Aguamarina, Amatista, Cuarzo ahumado, Turmalina, Zafiro… ¡Era eso! Tan evidente en el título y yo tan obtuso, tan lento. Ahora sí comprendo el brillo de esa ligara capa de barniz. Y ese fondo neutro, como diluido para que focalicemos la atención en lo importante. Todas juntas, las piedras; compactas, sin arista alguna, como pulidas por un océano de ida y vuelta en la vida de Montserrat. Balsa que flota. Aguamarina, sí.
Gemas que requieren de la intervención humana para alcanzar ese grado de luminosidad y esplendor. Lo humano como divinidad creadora, la única posible, la única certeza. No hubo antes. No habrá después, únicamente el acto creativo que también puede resultar de la simple contemplación. Gemas que nos avisan de lo vital que hay en ese instante de embelesamiento al contemplarlas. Montse, desde el átomo antiguo que vuelve a ser, desde el átomo de una de esas gemas, me lo recuerda; nos recuerda en esta humilde pintura, lo que humanamente somos capaces de conseguir. Lástima que el ser humano ponga precio a las gemas, las tase y utilice como mercancía valiosa que justifica desigualdades y explotación. Lástima que expoliemos así la naturaleza con fines lucrativos en nuestro insano deseo de poseerlo todo, ignorantes mortales. Mejor así, Montserrat, que tus gemas parezcan muros y sean luz de tus pinceles. Mucho mejor así, y que tú y yo y quien lo desee, hablemos contigo de la belleza de lo humano, lejos de ruido del comercio, por puro placer, eso que tenemos que aprender de la eternidad ignota que todavía nos aguarda a los vivos.