Leopoldo II, El Congo y una DANA
Unos diez millones de nativos muertos, ese es balance de uno de los procesos de la colonización más sangrientos en la genocida historia reciente de la humanidad. No soy capaz de transcribir párrafos enteros sobre el horror de aquellos años no tan lejanos en el tiempo (1885-1908). El deseo de poseer, de acumular, por encima de cualquier emoción hacia el prójimo.
La crónica de hoy, con esta obra como referente, es dura. Arte y política siempre fueron de la mano. Hoy también, y así será hasta el fin de los siglos. El arte rupestre ya apunta a una incipiente polis, diseminada y nómada, si se quiere, pero que en forma de tribu requería de una estructura “política” en cuanto a organización grupal supeditada a unas normas consensuadas o impuesta por las propias necesidades del medio. De aquella organización derivaba un tiempo que se podía dedicar a untar las paredes con pigmentos y plasmar la simbología más básica de aquella estructura social y, por ende, política, que administraba tiempos, recursos y obligaciones sin necesidad de leyes escritas.
En Valencia, lo primero que hizo el grupo de gobierno del partido popular al ganar las elecciones, fue jactarse de eliminar la Unidad de Emergencias, a la que llamaron “chiringuito político”. Si una sola de las víctimas tuviera que ver con esa medida, hablar de crímenes de estado no es ninguna barbaridad teñida de tendenciosa ideología. Podemos datar la pieza por el soporte de la tela, un saco de harina con su estampación intacta. Zaire, oficialmente la República del Zaire (en francés: République du Zaïre), era el nombre con el que fue conocido entre el 27 de octubre de 1971 y el 17 de mayo de 1997 el país africano actualmente llamado República Democrática del Congo. El nombre del Zaire le fue dado durante el gobierno de Mobutu Sese Seko, quien lo gobernó con mano de hierro durante una larga dictadura, y de quien emanaba el sistema político y la ideología característica del Estado.
Un saco de harina. Tantas vidas en juego. “Ganarás el pan con el sudor de tu sangre”, máxima que, para mí, representa el origen del horror. Las palmeras me recuerdan a las de Pedro Tarquis (Madrid, 19 de octubre de 1849 – Santa Cruz de Tenerife, 11 de septiembre de 1940). Las casas, a los pajares de La Orotava. Nos baña el mismo sol, somos también África y también fuimos colonizadas. Hoy los sacos de harina, aquí son vehículos de alquiler, camas de hotel, territorio destrozado. Ayer fue el plátano, antes la vid, la cochinilla o el azúcar… Somos colonia. Cuando llueva fuerte, sucumbiremos a la furia desatada que arrastre los barrancos. Somos sacos de harina muy blanca, a merced del mercado.
La tela, como ya dije en un comentario anterior, llega de Bélgica, donación de la hermana de mi amiga Paola quien, junto a ella, se criaron en ese Congo heredado de aquella colonización. Paola me ha contado historias fascinantes y también terribles de aquel lugar. Los conflictos entre etnias y siempre con la complacencia del hombre blanco, fueron causantes indirectos de la muerte de dos hermanos suyos. En medio, hubo tiempo para vivir jugando con los niños nativos y amar aquel rincón del mundo. Su padre, el de Paola, compró junto a un alamán y una mujer gomera una gran cacho de tierra en el norte de esta isla nuestra, donde instaló su casa y empezó a urbanizar. Luego llegó la especulación a gran escala. Más colonia.