De Septiembre, en Valencia
Era difícil estar en Valencia y no visitar un rastro. Siempre voy al último rincón, allá donde las obras fueron puestas cuando ya no había esperanza de venta alguna. Ahí llevaba tiempo y tiempo esta tablilla con ínfulas sorollescas. Dos euros. Apenas mide un palmo, pero es que me encantan las pinturas que dejan tanto margen a los lados, incluso arriba y abajo. Resume el esfuerzo de concentrarse en lo importante, la necesidad de focalizar y de ir al núcleo del asunto. No es que su calidad me desborde, es un simple apunte, un soltar la mano. Pero toca el meollo. Y para mí el meollo, en esta pintura, está en la línea blanca que señala el camino, como una saeta; dirección y sentido. Pareciera que el horizonte tuviera algo que decir, incluso el sol en su naciente, pero no. Es el camino el asunto. Su dirección no apunta hacia el sol; sabe que pronto quedará frente a él, pero será el astro quien se cruce con el sendero. Luego ambos continuarán jornada. El uno hacia su poniente de obligado cumplimiento, el otro hacia no importa dónde. A un lado imagino los naranjos sobre el tapiz verde; al otro el desorden de un terreno sin siembra donde la naturaleza se expresa a capricho. Tampoco importa dónde nace el camino; no viene del exterior, lo vemos brotar de la nada en el margen inferior izquierdo, de la misma madera y dirigirse, ahora lo veo, hacia el norte. La luz, a todas luces, no es la adecuada, no colorea debidamente el cielo ni las tierras. O no colorea el paisaje como cabía esperar. Licencias del artista. Lo mismo que ese sol, más parezca una luna, o deseara ese papel secundario en el reparto. Oh, sí, ser luna-reflejo y no fuente-de-todo. Orbitar ordenando mareas y ciclos menstruales. Alumbrar tenuemente las tinieblas, alimentando las noches de sueños y fiestas, de encuentros y secretos. ¡Claro que ese sol, como todos los soles, quiere ser luna! Como el camino ansía no tener fin. Y los naranjos vivir salvajes al otro lado de la línea. Recuerda el cuadro a un frenazo violento de automóvil, cuando la inercia nos empuja hacia adelante. Así frenan las pinceladas, como temerosas de alcanzar el final de camino; como postergando la llegada. Quizás se detengan por algún motivo. Tal vez nos indiquen un guachinche ahí en el margen derecho, fuera de plano. Debiera olerse el aroma de una deliciosa paella, pero a mí me llega la contundente fragancia de un rico escaldón y una carne cabra.