Sergio y la casa de su madre
Conocí a Sergio hace treinta y cinco años en Selected Information Center, una empresa de selección de noticias en la que entré a trabajar como lector de prensa. El negocio lo montaron entre su madre y él. Trabajé allí año y medio más o menos, emparejado a mis estudios de pedagogía en la universidad. Hace unos años nos encontramos en las redes y nos hemos echado una mano en algunos trabajos. Esta semana nos reencontramos, al fin, físicamente después de tanto tiempo. Una tarde emocionante, en la que pude conocer la intensa biografía de este hombre nacido en 1948. Está vaciando la casa de su madre. Allí pasamos unas horas, entre recuerdos amontonados y cuadros de su madre Montserrat, hija del famoso psiquiatra republicano Emili Mira i López. Confirmamos la sensación de ser personas tan distintas a nuestros progenitores, y sin embargo reconocernos en ciertos gestos o actitudes tanto en la madre como en el padre. Asunto serio ese de deshacer la casa. Mientras estábamos allí, no dejaba de recordar la obra teatral de Sebastià Junyent, del año 83, que pude ver por esas fechas interpretada por Amparo Rivelles y Lola Cardona en algún teatro de Barcelona. Aquella pieza me hizo reflexionar por primera vez en que, como hijo, algún día me enfrentaría a esa misma situación junto a mi hermano. Me tocó vaciar dos de sus casas, y la tercera y definitiva cuando desaparezca mi madre. Al final, en verdad, rescatamos tres o cuatro recuerdos importantes. Sergio tiene su propia vida tan llena de cosas, igual que un servidor, igual que buena parte de la afortunada humanidad que nació en el lado rico del mundo.
No resulta tarea fácil seleccionar los cuadros que vas a salvar del contenedor. Ninguna casa de subastas aceptará las rechazadas, y la única alternativa sería llevarlas a un rastro. Entre las que reservo, existen abstracciones geométricas, piezas coloristas gestuales, esbozos de retratos y escenas figurativas que apenas se intuyen. Me gustan todas. Una de las enmarcadas, dijo Sergio que la pintó mientras sonaba “El pájaro de fuego” de Stravinsky. Realmente, los gestos se ajustan al tema, con esos violines y esos vientos vibrantes y desorientados. Seleccioné alrededor de una docena. Luego estaban otras pinturas de amistades de la madre. Una pintura de Jordi Maragall (Barcelona 1936 – 2023) firmada el año ’90. Dos óleos de Paquita Sabrafén (Barcelona 1931 – Sidney 2009), un retrato de la abuela de Sergio y un bodegón. Dos óleos magníficos de un artista chileno cuyo nombre no recuerdo ahora, y un pastel de una artista argentina cuyo nombre tampoco recuerdo. Después me entregó los libros de Montserrat, una autobiografía y un ensayo: “Política e irracionalidad. La tipología de las mentalidades políticas en Karl Mannheim”. Y unos papeles sobre su formación en Grafopsicología que recogeré en mi próxima visita. Una vida. Unas vidas. Nuestras propias vidas. ¿Existen tantas diferencias?
La escritura no me basta para explicar el cúmulo de emociones que caben en una tarde. Tengo las obras, con su olor, sus texturas, sus mensajes, sus colores… Montserrat, Paquita, Sergio, el doctor Mir, la guerra, el exilio… A todo eso olía la casa de la madre. En una de las habitaciones quedaba la cama motorizada, cubierta con una bonita manta de colores tierra y vino, y la mesita con ruedas de esas que encajan bajo el lecho, en cuyo sobre se sirve la comida y se utiliza para leer e incluso escribir. Y más estantes con libros. La luz de una clara tarde otoñal llenaba la estancia de colores cálidos y una atmósfera acogedora. La habitación frontera. Ese portal. En la calle, el bullicio de las obras frente a la Escola Industrial y el de la gente en sus quehaceres. La centrifugadora en marcha a diez mil revoluciones, mi cabeza dentro del bombo. El universo se atomiza. Salimos a la calle, tomamos un taxi, Sergio se apea en Plaça Universitat y yo pido al conductor paquistaní que me lleve hasta la casa de mi hermano, con una bolsa de rafia enorme en el maletero y dentro, varias vidas en unas cuantas obras de arte. En el bolsillo de la chaqueta también llevo una pequeña escultura modelada en yeso por Montserrat, un torso femenino de grueso acabado. La vida me centrifuga, gira a la misma velocidad que el planeta alrededor del sol, tal vez en sentido contrario. Mi vida se dirige a la misma velocidad hacia el día en que alguien tenga que vaciar mi casa. Quiero que la encuentren repleta, así que me queda un buen trabajo por delante.