Ese extraño sol
No quiere Paola decirme de dónde viene esta tela hecha polvo, de tiempo, a la que se le desprende la pintura con sólo mirarla. Esta mujer es capaz de haberla sacado de cualquier casa con dos plantas, de esas que tienen el garaje abajo, en un despiste de la propiedad que se dejó la puerta abierta mientras subían las bolsas de la compra a la vivienda en la planta superior. Una de esas tan usuales, con espacio abajo para meter dos coches o un negocio si se tercia, y unos cuántos atrabancos. Estas casas merecerán, con el tiempo, un estudio antropológico pues son las sustitutas naturales de la casa terrera de toda la vida. Pues Paola la vería por ahí, medio colgando de la pared gris sin enyesar después de tantos años ya, y le venció su querencia hacia el museo de arte abandonado. Sea como fuere, me encanta esta pintura destartalada. Y la posibilidad del origen, “si non è vera, è ben trobata”.
Le mostré a Germán la tela y me dijo que le recordaba las pinturas de Paco Sánchez, el pintor de Gran Canaria. Ciertamente es así, aunque Paco se decanta un pelín más hacia el modelo de Keith Haring, conservando la esencia de la simbología prehispánica canaria. Quién sabe. Me gusta lo que hace Paco, pero más me gusta este cacho de tela. En acrílico, de 70 x 50 cm. aproximadamente. Sin firmar, claro. Como claramente es una marina. El sol que levanta y el mar enjalbegado con caprichosas crestas de espuma. O puede que sean figuras retozando en el mar. O jugando en la arena. Todo son hipótesis en esta tela, por no hablar de autoría o intenciones artísticas. Guarda tantos secretos esta pintura, te abre a tantos horizontes que por eso mismo me atrapa y me invita a sumergirme en ella. No me cansa. Cualquier parte es, en sí misma, una pintura con intenciones. Podría descomponerse en pedazos y cada uno resultaría una obra de arte. No hay centímetro cuadrado sin intención. La riqueza en la propia gama de colores dentro de un espectro no tan amplio, es un ejemplo. Gobierna la armonía. Incita al juego. El propio sol es un comecocos que, con los brazos abiertos, lo engullirá todo, incluso a quien contempla la escena. Quizás se intuye un amago de rostro dentro del orbe solar. Incluso pudiera resultar que se trate de la obra de un niño, una niña. Un simple entretenimiento. Entonces habría que rebajar los méritos artísticos al carecer de una intención consciente, pero mantendría una calidad por encima de la media.
Paso la fotografía de la pieza por google lens. Me remite a una página sobre “problemas de textura de la pared pintada”, tema que trata un banco de imágenes. Para utilizar una de ellas gratuitamente debo darme de alta en período de prueba, o pagar 9 euros por una. Mejor hago captura de pantalla. Ven, yo les cuento detalles de la cosa; cosa que Paola no hace respecto a la procedencia. No me preocupa mucho, aunque acabo de mencionarlo por segunda vez, por lo que va a ser que sí me preocupa. Igual se ha vuelto loca buscando cuadros y ha perdido el tino. Aunque no lo creo, dice que un minuto antes de perderlo utilizará el arsenal de recursos que almacena para irse de este mundo en plenitud de facultades. Eso sí lo hará, convencido. Ven, con qué giro dramático concluye esta crónica. Y yo sin despeinarme; no me gusta meter las narices en los asuntos de los demás. Tampoco me creo. Me encanta el cotilleo. Acabo de barrer el dramatismo con un nuevo giro dramatúrgico. Úrgico. Gico. Ico…
Dedicada a Francesc Torres. «El arte cura incluso si es bueno».