La pareja
Fui a buscar hasta Guía de Isora un biombo muy bonito para el museo. En una casa terrera de los años 70 que tardé una hora en localizar, estaba ella y estaba él. Ella, la artista; él, el comerciante. Ella decoraba piedras y él las vendía por ahí. Ella recicla y pinta maderas y otros cachivaches, los convierte en percheros o jarrones y él los vende por ahí. Ella pinta cuadros bastante decorativos, muy naif y él los vende por ahí. Tenían la casa repleta de trastos y objetos de decoración bastante elegantes. Me enseñaron unos retratos excelentes, puro gesto, que eran de una prima de ella, holandesa, muy cotizada en la actualidad. No recuerdo el nombre. También acumulaban algunos cuadros antiguos. La madre de ella se dedicó a viajar y compraba pinturas en galerías de arte en países lejanos. La madre murió y desmantelan la casa de Radazul. Me avisarán para reglarme los restos que no quieran sus hermanos. Me regaló también el cuadro que les muestro.
La obra lleva inscrito a bolígrafo sobre el bastidor, J. Schaap en letras de plantilla, traduciendo así la diminuta firma del artista (o la artista) que se halla en la parte inferior del camino, poco legible ya. Calculo que la obra será de los años ’60. Podría pasar por una pieza de alguna factoría china, pero no lo es. Tiene otro ritmo, una atmósfera personal. Combina detalles que un taller de la china no permitiría, tan pulcros ellos. Los acabados desiguales, los desleídos en el tronco, el monte o en los verdes del pequeño promontorio. En la vegetación del primer plano, tampoco permitirían trazos tan poco elaborados. Y es, precisamente por esa suma de detalles, que la obra tiene su encanto, su pequeño corazón latiendo todavía.
La pieza me ha tranquilizado. Me hallo a las puertas de un viaje, a las puertas de inaugurar la muestra temática en el museo, a las puertas de varios asuntos pendientes más y, para alejarme de tanto trajín, le doy vueltas a la próxima exposición que iniciará con el próximo año. Como ven, todo lo contrario de aquietarse. “Vive aquí y ahora”, oigo que dicen. “El presente es lo único. El instante de ahora el más intenso”. Lo sé. Pero siempre vivo un poco adelantándome. Lo próximo, lo siguiente. Si ustedes supieran la de asuntos que dejaré inconclusos, o ni siguiera iniciados cuando la muerte venga a por mí. Se reirían. Espero que me dé tiempo de ver algunos. Especialmente una obra teatral que tengo por ahí. Y ver el museo en un espacio grande, con capacidad para mostrar cómodamente la colección, ordenada por temáticas, o por técnicas o por nacionalidades. Mientras tanto, tengo en la cabeza infinidad de asuntos. “Hay que tener muchos calderos al fuego, Jordi; alguno dará buen guiso”, era la máxima de Ramón. Manejábamos el estudio de muchas obras a la vez. “Y recuerda: genera espacio detrás de ti, genera espacio libre”; esa, para cuando me tocaba conducir. Cuántos miles de kilómetros no habremos hecho por esas carreteras.
Disculpen, me fui del tema. Estaba con la pintura de Granadilla de Abona. ¿Ven a la pareja? Ahí arriba, chiquita. Qué detalle. Qué lujo. Qué historia. A continuación, viene un spoiler, lo advierto. La exposición primera para el próximo enero, lleva por título: “Parejas”. En la colección de arte abandonado hay una cuarentena de piezas con esa temática que merecen ser vistas con calma. La decisión no ha sido fácil; competían con “Copias”, “Retratos” y “Pequeño formato”. En noviembre empezaré a rebuscar en los lugares de almacenaje dónde paran esas piezas. Tengo localizadas aproximadamente la mitad; dar con el resto va a significar una auténtica pesadilla y no pocos dolores de espalda. ¿Por qué haré yo todo esto? Oh, porque forma parte de la novela, sin duda. Aunque me queje, es todo apasionante y divertido.