Aprender para desaprender
Aprendí a escribir con los cuadernillos de caligrafía inglesa, esa letra inclinada con el trazo suave al subir y más firme al bajar. Millones de años después, aprendí grafología y, mira tú, quien sostiene aquel modelo de escritura a los cuarenta, mal asunto, pues su personalidad no habrá evolucionado y será un ser adocenado por el sistema. Más o menos. Hay que soltarse, experimentar y dar con tu propia manera de trazar, aquella con la te sientes bien. Mi caligrafía es filiforme, rápida, difícilmente legible, horizontal, con enlaces muy originales entre letras, agrupada, etc.
Con las artes ocurre un poco igual. Es bueno dominar la técnica, para después hacer con ella lo que nos venga en gana. Y a veces, ni la técnica es precisa cuando se acumulan otras cualidades: efervescencia, luminiscencia, incandescencia, ambivalencia, potencia, resistencia, cadencia y un mucho de querencia hacia el oficio. Al hablar así me acuerdo de “El buen salvaje” de Rousseau. Nacemos y lo contenemos todo, será el camino de aprendizaje y la jungla de obligaciones, competitividad y agravios, los factores que acaben por configurar el lienzo que pintemos.
El otro día se encontraron en las basuras de Santa Cruz cinco obras en su bastidor que, supuestamente, son trabajos de academia. Bellas Artes, Fernando Estévez, o tal vez alguna escuela de pintura del barrio de Salamanca, el Toscal o La Cuesta. No importa, vayamos a la sustancia. Aunque quizás, en este proceso primigenio de aprendizaje, la sustancia tampoco sea tan relevante. Acabados de todo tipo: desde el bote de cristal de muy buenas mañas, al fondo naranja y azul preparado para un bodegón que apenas se intuye. Qué delicia, enfocar ahí la voluntad. Luego ya se verá, por supuesto. Intervienen tantas circunstancias…
No se suele poner mucho asunto en el estudio de los trabajos de academia. Dicen, que nuestra personalidad se configura en los tres primeros años de vida. No sé si en el proceso de hacerse pintor, o pintora, sucede igual. Seguramente podrá intuirse una querencia hacia determinados colores de la paleta, o una manera de posar las pinceladas en el lienzo. Aunque igual estos son factores que evolucionan a lo largo de la práctica del oficio. Tan mutable el arte… Salvo cuando se alcanzan las mieles del éxito, que entonces te ciñes a las demandas del mercado y tus trabajos suelen ajustarse a un «patrón bajo demanda». No, no se suele poner mucho asunto al estudio de los trabajos de academia…