El Paspartú
Nadie repara en él. Desde siempre se ha caracterizado por su sobriedad, por su pasar desapercibido para que la pintura o el dibujo luzcan sus méritos sin sombra alguna. Su misión en el arte ha sido amplificar el protagonismo de la obra mientras él, se hace invisible a los ojos de quien mira. Hasta que alguien, un día de inspiración, decide romper la norma y volcar todos los focos sobre el comedido elemento. Para ser respetuoso con el personaje, la pintura debe guardar cierta sobriedad, resultar elegante, sin estridencias. ¿Y qué mejor, para un paspartú blanco, que un paisaje invernal? ¿Y cómo conseguir llevar al margen la atención de la mirada? Qué solución tan sutil, tan refinada, tan poética; qué recurso de gran talento saca de la chistera la artista o el artista. Enhorabuena. Un perrito atento al vuelo de un ave inquieta extraviada en medio del blanco. Desplazar esa acción poética a una esquina es una admirable demostración de ingenio y delicadeza. El resto, pese a que resulta el eje central de la historia ha perdido todo interés; en este caso ha pasado a segundo plano, se ha convertido en un macguffin de manual (expresión acuñada por Alfred Hitchcock que designa una excusa argumental que motiva a los personajes y al desarrollo de una historia, pero carece de relevancia por sí misma). Sin duda, fue la elección del soporte pictórico la que condicionó por completo el motivo. Por la firma, el autor o la autora parece de origen austríaco. La pintura, una acuarela de 35 x 45 cm. aproximadamente, es pulcra y denota habilidades con los pinceles. El regreso del hombre a ese refugio parece lleno de cansancio, en contraste con el instintivo e incansable interés del animal por el ave; la chispa sucede al margen, fuera del marco pictórico. A veces con la vida ocurre algo parecido; quizás sea por el cansancio, que no nos damos cuenta, y las cosas bellas nos pasan desapercibidas.