"Ensayo para la conservación de un calorcito antiguo"
Así se titula la primera obra que aparece acompañando a este texto. El artista es Pedro Lezcano Jaén, cuyo estudio tuve el placer de visitar ayer en mi viaje a Las Palmas. Nada más entrar, respiré un aire a templo. Con la salvedad, que el único culto que se rinde ahí, era el de la vida. Aquellas transfiguraciones en forma de pinturas, esculturas, objetos diversos, trabajos en proceso y ubicaciones agazapadas que se abalanzaban sobre mí, entablaron conmigo un diálogo inmediato. Aquella fiesta del otro cuadro, con la pareja en el sofá y el grupo de gente al fondo, representaba la mezcolanza de sensaciones: una alegría simulada, una tristeza que obliga a cuidados paliativos, incluso a dosis sublimadas de libido. Lleno de preguntas, me forzaban a encontrar respuesta en lo más recóndito de mí mismo. Aquel meticuloso y adorable esperpento derramaba cantidades idénticas de tristeza, ilusión, búsqueda y descubrimiento. Poco a poco indagué significados por boca del artista. No pasó por Bellas Artes. Punto. Hasta los treinta y algo se dedicó al ajedrez de manera profesional. Punto. Por supuesto. Una pista reveladora el ajedrez, una luz. La lógica y la estrategia, revueltas con el ‘menester’ como falta o necesidad de algo. ¿Qué sería ese algo? Oh, no lo supe averiguar, ni era esencial hacerlo. Después vino el diluvio universal del que brotó, con esperanza y sin alternativa, la pintura. Hoy, unas horas después de la visita, pienso que tampoco Pedro lo sabe. De saberlo (él o yo), me inclino por el juego. Pedro sigue jugando al ajedrez en sus pinturas. Elemental, querido Watson, era evidente. Jugar para estar de una determinada manera en el mundo. Juagar a producir eso, exactamente, y no otra cosa. De ahí que la producción de Pedro ocupe un espacio propio en el arte, que sea reconocible entre muchas, audible en medio del ruido. Los personajes son hipérboles. Los escenarios, crónicas críticas. También en ocasiones simbolizan espacios oníricos donde la voluntad propia no existe, los personajes ya no dependen de ellos mismos, de ellas mismas… A Lewis Carroll le hubiera encantado estar allí y hablar con Pedro de Alicia. Yo hubiera pagado entrada de platea y fila cero para asistir al evento.
Igual que el ajedrez me contó cosas, la casa a la que nos invitó a pasar para tomar café, anexa a su taller, resultó reveladora. Una casa viva y vivida. Espacios en los que cada cosa halla explicación y cumple con un deber que estaba escrito en las estrellas. Cada libro de las estanterías es un pliegue o una arruga de los personajes que pinta o esculpe el artista. No puede evitarlo. En el catálogo de la exposición en la Galería Marvick de Santa Cruz, los meses de mayo y junio de 2014, el texto escrito por Pedro contiene seis citas en dos páginas. Pedro es también de papel escrito. Escribir es también jugar. Y leer es jugar a vivir. Quizás ni nos recibiera él mismo si no su Doppelgänger (busquen, busquen como yo el significado y las múltiples connotaciones de esa palabra que titula una de sus obras). Cada metro cuadrado de las paredes construye historia. Cada estancia de la casa es un mundo paralelo. No me extraña que, al caminar por ella, a Pedro le surjan personajes, situaciones, historias para sus obras. En una hora, yo me fui de ahí con un lindo nido en mi recién estrenada “grávida testa”. Gracias, maestro por su cordialidad.Servidor ya ha vivido episodios de parecidas características en Juzgados. Incluso fui convocado a la comisaría de Vía Layetana, acusado de estafa desde Londres. Pero ayer fue distinto: puro placer al saberme tan lejos de ese ruidoso mundillo. Asistí a la vista como simple oyente, lo que me permitió “disfrutar” del espectáculo y oír a todos las partes. Abrió fuego el artista, quien declaró a través de videoconferencia, en una defensa un tanto desnortada y trasnochada de su propia obra. Luego la Doctora en Historia del Arte y perito tasadora; quien defendía el precio alto, los 1600 euros por obra. Se derrumbó como un castillo de naipes; en su informe constaba que como referencia tomó que el pintor era de la Generación del 70, que tenía su librito en la Biblioteca de Autores Canarios y que en su propia página Web tenía los precios de obras similares a la que se remitía; luego intentó argumentos deshilvanados que el juez cortó de raíz remitiéndola al informe pericial. La mujer no tuvo para nada en cuenta la realidad del mercado, marcada en gran medida por las salas de subastas. Resulta habitual, por no decir que es norma, esa desconexión entre el mundo académico y la realidad del mercado. Llegó luego el turno a la restauradora de la misma parte, que enmudecía ante las preguntas y parecía como en otro planeta. A continuación desfilaron los testimonios de quienes defendían la tasación a la baja, ajustándose a la realidad del mercado; mi amigo Germán y la restauradora. Si impera la lógica y el sentido común, el veredicto debiera ser contundente. Pero ya es conocida la ceguera de la justicia… Visto para sentencia. Así está ese patio. Así ha estado siempre.
Después la tarde deparó escenarios muy distintos. Rastros de olores complicados. Librería de viejo. Anticuarios de distinta ralea. Y taller de un artista espectacular. Pero esa última visita, la dejo para mañana.