Todo es comparable, II

Vuelvo sobre el tema que ya abordé con motivo de otra pieza de la colección, el día 1 de julio de 2023, en una entrada que titulé “De las intenciones y las maneras”. Retomo la necesidad de comparar dos obras para abordarlas. Por separado me despiertan menos interés. No es una cuestión de calidades, ni de temáticas, ni tampoco cuestiones técnicas; simplemente es apetencia y su contrario, o viceversa. Volviendo al tema… ¿Atisban una estructura similar en ambas obras? Verticales, diagonales, masas evanescentes… No necesariamente la comparación equivale a réplica exacta, ni tan siquiera es necesario que la naturaleza de los objetos sea la misma. ¿Acaso un árbol no es, también, una vaca? ¿Entrevén la relación? No seré yo quien les dé una sola pista, no vine aquí para eso. Yo simplemente recojo obras de arte abandonadas y, una vez repuestas anímicamente, las expongo a su consideración. Esta vez toca comparar: óleo con lápiz, árboles con formas imprecisas, figuración con abstracción. Los vínculos siguen existiendo, inalterables: verticales, diagonales y masas evanescentes. Para mí basta con eso. Seguramente habrá quien encuentre más relaciones. No importa. Lo esencial está dicho y antes fue dibujado, o pintado. Objetos que discurren paralelos en el tiempo, o a muy corta distancia. Tan distintos en lo aparente, y tan próximos también.
Lo diferente es fácil de señalar. Señalar lo diferente es como redundar en la obviedad. Es tan distinto un taxi a una ameba, que ahondar en las distancias resultaría incluso pueril. Inferir similitudes entre lo muy dispar, resulta algo más complejo; pero siempre las hay, siempre. Por eso tú y yo, tenemos tanto en común. Fíjate, tú en tu sadismo y yo en mi masoquista perversión, nos encontramos en el placer antinatura. Esa ameba toma el taxi de las corrientes marinas para desplazarse, ambos seres se mueven al albur de fuerzas externas que dirigen, de alguna manera, sus vidas. Esos árboles de colorido follaje de la acuarela, se inclinan hacia atrás por los vientos del este, igual que los trazos del lápiz en el otro dibujo. Las veladuras de sus masas, como urdimbres de exóticas telas, dejan entrever el más allá. Y en ambas composiciones, en un dechado de hiperrealismo, en un exabrupto de honestidad, nos desvelan la nada, ese último confín… Tú en tu seguridad y yo, en mi perplejidad, no sabemos cuándo, seremos capaces de ahuyentar toda preocupación… Carlos Castrodeza, en su libro “Razón biológica” explicaba que existía una ameba que, al encontrar la roca donde se disponía a pasar el resto de sus días, se desprendía del cerebro, innecesaria molestia; e inmediatamente comparaba al animal con un profesor o profesora al conseguir su cátedra. Como no recordaba el título del libro, al buscar al autor en internet por no ir a buscarlo a las estanterías, descubro de Carlos murió hace ya doce años. Me ha dado un escalofrío, porque todavía recuerdo una conversación telefónica con él, con motivo de aquel libro que tanto me emocionó.
Sigamos bibos / bibas, en nuestras perbersiones.