El barro de Paquita
Les presento la otra obra de Paquita Sabrafén (Barcelona, 23 de agosto de 1931- Sidney, 22 de enero de 2009) que habita en la colección de arte abandonado. Pertenecía a la madre de mi amigo Sergio quien, tras la muerte de su progenitora, donó un buen lote de excelentes pinturas antes de abandonarlas en algún contenedor. Entre esas pinturas de su madre y otras, estaban las de Paquita. Óleo sobre lienzo. 50 x 40 cm.
Un bodegón matérico. Puedo tocar el barro. Sobre las vasijas está la huella dactilar de los óleos que el pincel convertía, pincelada a pincelada, en recipiente. Está la mano de la artista en ese barro imaginario; queda el paso de unos dedos por ahí añadiendo pigmentos para, con sus poderes de alquimista, convertir el óleo en arcilla y la arcilla en otro sustantivo hecho para contener, en obra plástica sin que intervenga una pizca de tierra. El tono de las vasijas posee verdad, lo crees. Esa verdad es la que consigue que centre mi atención en los dos recipientes y me quede en ellos sin importarme el resto lo más mínimo. Porque, si salto a la pared, o a la mesa, la pieza empieza a desfallecer. La pared sí conserva esa textura de muro antiguo, pero en el recorte al enfrentar el plano de las ánforas, ese brillo, esa especie de aura, me saca de la pintura. Lo mismo que la mesa, esa mesa no es real, es puro decorado, cartón piedra. Hay tanta diferencia de calidades entre los elementos, que prefiero quedarme amarrado a la arcilla, al barro elemental.