Soñar
La otra noche me sumergí durante el sueño en una galería de arte. La pareja anfitriona me iba ilustrando durante la vista; aquello parecía habitar en el país de lo imposible. Espacios y obras guardaban una relación tan íntima, que eran un todo. Aquello era una casa y una obra de arte; deambulabas inmerso en el color, eras color. No sé cómo llegue a una habitación en un piso a nivel inferior, era pequeña y por toda decoración una ventana haciendo esquina, como un mirador. Desde ahí vi un pueblo parecido al de un dibujo que acababa de ingresar en la colección de arte abandonado y que comenté en el último post; se veía como si la casa estuviera en un acantilado y pueblo ahí abajo, junto al mar, al mismo límite de un mar que era una altísima pared. Daba la impresión que aquel pueblo, la galería misma y la humanidad entera fueran a ser sepultadas de un momento a otro por ese gigantesco océano vertical. Volvía a reunirme con los anfitriones que en todo momento mostraban una cordialidad como si nos conociéramos desde siempre… Pese a sentirme en el paraíso, sentía un miedo infinito.
Al despertar no quise volver a dormir. Hice lo posible por recordar aquel sueño extrañísimo del que, a lo largo de la mañana, había olvidado todos los detalles, sobre todo de las piezas que se mostraban en la galería. A media mañana recordé el dibujo de la carpeta aquella que me entregaron tres días antes. El del hombre sentado al sol. Miope, solitario, junto a una barca (féretro o salvoconducto a otros horizontes), contemplando la nada. Ese soy yo. No me di cuenta al observar el dibujo el primer día. Fue el sueño quien señalara mi posición en la vida: a la espera; siempre metido en actividades que entretengan o que despisten al miedo. Un miedo inconcreto, irracional también, un miedo latente, constante, insistente, agudo como un zumbido… Yo soy el de este dibujo…