Al vaciar la casa

Solemos lanzar un montón de papeles a la basura cuando sabemos que nunca más volveremos a esa casa. Carpetas enteras. En mi caso ha sucedido con las dos casas de mis padres. Tiramos fotos, kilos de fotos, y papeles, kilos de papeles. Fue en algo así que, en una carpeta, dentro de una maleta que estaba dentro de un contenedor, se encontraron estos dibujos. Eran seis en total, uno de ellos a doble cara. Los dos que presento aquí, son de una misma mano. Podría dar fe con esa fórmula con la que yo mismo rubricaba mis informes grafológicos periciales: “todo lo cual afirmo según mi honesto y leal saber y entender”. Sí, son de una misma mano.
Uno de los dibujos, el del pueblo costero, lleva dibujada detrás la bandera inglesa. Me gusta el dibujo por su esquematismo. Con lo mínimo, resuelve y lo hace bien. Casas cúbicas, elementales, a las que es la sombra quien tiñe el escenario de realidad. Por encima de la línea del horizonte se ven unas letras que no consigo descifrar, y un año, 1972. La obra tiene pues, más de cincuenta años y se mantiene fresca. Las carpetas suelen ser buenos escondrijos para los papeles. Me llama poderosamente la atención el final abrupto de los trazos. Al concluir la línea, se detiene ahí lo suficiente como para que la tinta se acumule formando minúsculos puntitos. Ahí la mano respira, toma aire para continuar y, cuando lo hace, deja uno o dos milímetros entre ese final y el inicio del próximo trazo. Este automatismo se convierte en norma dada la frecuencia en la que aparece. Las mismas características concurren en el otro dibujo, aunque no sean tan evidentes. También coincide el tipo de papel y las medidas: 20,8 x 27,7 cm.
Sabemos, o intuimos por la bandera, que el o la dibujante de ambas piezas es (o era) de nacionalidad británica. En la habitación, en la parte baja de la pared izquierda, hay un “love” con un nombre tachado debajo; detalle primordial, aunque fuera de nuestro asunto ahora. La disposición de la cama y la silla recuerdan al archiconocido dormitorio de Van Gogh en Arles. Sin embargo, el aire rezuma colonialismo inglés. Ahí está el típico salacot, la butaca de mimbre, la ventana con su contrafuerte y el personaje acalorado frente a la misma, con una especie de paipái para darse aire. Considero ambas piezas interesantes testimonios del paso por la isla de mentes inquietas y también desocupadas de otros quehaceres, que dejaron por aquí señales de su tránsito. La magnitud de la cosa estriba en que sus huellas hayan perdurado hasta venir a dar con la colección de arte abandonado. Una concatenación de sucesos que se ha convertido en casi cotidiano desde que me esfuerzo denodadamente en la labor. Unos años que han dado tantos frutos y que, sin embargo, no han conseguido rebajar un ápice mi capacidad de asombro.
¿Quién vaciará mi casa?