Estado alterado de conciencia

Desde ayer habré visto el video de Karlheinz Röber unas cincuenta veces. Tiene algo de hipnótico. Hace que toca el piano, pero no lo toca. Igual también hace que canta y la voz no sea la suya. No tengo ni idea de lo que dice la letra. De pintar, eso sí, pinta tres o cuatro trazos de su obra durante el pequeño documental que, reconozco, me tiene abducido.

En las breves notas que he podido encontrar aquí y allá, dicen que tenía un hermano escultor, y que él era pintor. Por lo que parece, bastante singulares ambos. Por el año de nacimiento, les tocó vivir la II Guerra Mundial, no es de extrañar, pues, cualquier atisbo de rareza en sus caracteres. La obra que ha llegado a la colección de arte abandonado es un milagro. ¿Qué hacía en Tenerife? El personaje que me la entrega dice que proviene de una casa del norte de la isla; la gente lo conoce y, antes de lanzar a la basura cualquier cosa de los trasteros de sus casas, o de los garajes, se lo regalan a ver si puede sacarle algún partido. Cuando vi el tamaño de la obra y la fuerza de las pinceladas, no daba crédito. La composición me parece también más que interesante. Pudiera ser una parranda, pero no sé por qué, no la hago hecha aquí. O igual sí, y el artista pasó unos días de vacaciones en la isla; con la de germanos que habitan este norte, tampoco resultaría tan extraño. En cualquier caso, toda posibilidad es guardadora de pura magia. Volviendo al tema… Seis personajes alrededor de una mesa, una guitarra… La pintura pesa, las pinceladas son pastosas, firmes, muy bien puestas cada una de ellas. La ocupación del espacio genera una doble sensación de plenitud y vacío, con esos colores contundentes, de una paleta cromática muy restringida que, sin embargo, abarrotan la escena y al mismo tiempo son capaces de generar esa sensación de vacuidad en los espacios en blanco por donde fuga la vista y los cuerpos se hacen volumen. Fantástico.

Con todo, no es lo que acabo de mencionar lo que me apabulla, ya de por sí apabullante. Es la capacidad de esta pintura para absorberme lo que me conmueve. Me lleva al instante aquel. Y allí, siento que soy un extraño, soy invisible. Entonces algo tira de mí y hace que vuelva. La sensación al retornar es amarga. Aquello ya no existe, nadie del grupo existe ya. El video también ha hecho su trabajo en mi contrastada capacidad de asombro. El personaje real parece salido de un cuento. En el documental puede verse cómo pone algunos trazos en la obra que está realizando, incluso la pieza tiene semejanzas con la que llega a la colección. Los trazos horizontales que coloca en la zona superior, tienen su correspondencia en pinceladas similares en la obra que les presento. Luego está la gestualidad al colocarlos, esa brusca suavidad… Hace casi veinte años que murió Röber. Su legado, un apunte, llega a la colección de arte abandonado y yo ando conmovido más de la cuenta por la de vicisitudes que habrán ocurrido antes de llegar a mis manos. Sí, es la magia, sin duda. Sé que nunca llegaré a desentrañar la historia que hay detrás del cuadro. Queda el documento con un peso específico superior al de un testamento o al de la escritura de propiedad de un inmueble. Me siento muy afortunado. Por eso quiero compartir algunos detalles deliciosos de esta exquisita tarta que Karlheinz Röber legó, de alguna manera, a nuestra isla. Voy a ver de nuevo el video. Es la segunda vez que comento doblemente una misma obra; el otro caso fue la pieza que gentilmente donó a la colección el premio Velázquez 2024, Francesc Torres. Ustedes disculpen si me repito.