El extraño caso de una doble firma

El otro día, la amiga de una amiga se encontró, mientras caminaba por el barrio de San Juan, en Tacoronte, un cuadro algo destartalado. Estaba entre un montón de escombros, junto a un contenedor. Lo guardó en su casa pacientemente hasta que el pasado viernes pasé a recogerlo. Es una muestra más de cómo corre la voz por la isla, haciéndose eco del museo de arte abandonado. Y de lo buena que es la gente. Aquí está la pieza. Marina. Óleo sobre lienzo, de 45 x 65 cm. Tuve que recomponer el marco con cola ultrarápida-ultraresistente, pues se desmoronaba al cogerlo.
La primera sensación es la de observar dos partes muy diferenciadas; dos mitades. Mitad superior, de pinceladas cortas, violentas y agitadas; y mitad inferior, de pincel más reposado y trazos más largos y dubitativos. Hay como una ruptura incomprensible. Ese mar agitado, no puede concluir sobre la arena en remansos tan apacibles, dejando esos surcos más propios de un mar que llega en calma, y se retira plácido de la orilla… El mar, por otra parte, para resaltar el restallido de la ola al romper, está ejecutado a partir de unas maravillosas y enérgicas pinceladas blancas ligeramente azuladas que son ejemplo de valentía pictórica. Esa es la impresión; iba a meterme en el estudio comparativo de las pincelas en cada parte, me puse a ello, pero de inmediato empezó a dolerme la cabeza y una voz interior comenzó a chillar que me apartara, que dejara eso, que no mirara así. En cuanto acepté las sugerencias, el dolor en las sienes desapareció. Hay que ver, lo que es vivir anclado a recuerdos oscuros, carreteras interminables, horas y horas de minuciosa observación… Uf… Por eso buscar en los contenedores me alegra el ánimo, me recompone, es como que restituyo así un orden cósmico ancestral. Pero sí, había un detalle que seguía despertando mi interés.
Se trata de la firma. De la doble firma. Por debajo, claramente, se observa en restos de pintura blanca, la firma J. Ruiz y debajo ’81. Sobrepuesta, en trazos negros, hay una nueva, de la que sólo sé leer la inicial M y el año ’95. Catorce años de diferencia entre una y otra. Recuerdo haber visto cuadros firmados J. Ruiz. ¿Qué habrá ocurrido? ¿Qué giro de la vida quiso que esta pieza tenga dos firmas de manos distintas? La pintura no tiene tanta trascendencia en este caso, pero sí la anécdota de las firmas. No se trata de usurpar la identidad, es más el hecho, el deseo de atribuirse una creación y asumirla como propia. Aunque tal vez fuera una simple broma de salón, un juego entre amistades en una tarde de parranda. Quién sabe. Queda el hecho, tan a la vista, tan evidente, que llama la atención. A caballo, pienso, entre la admiración y la burla. O no, o andaré yo completamente equivocado. Estas lagunas me entretienen tanto… Dicen tantas cosas sobre la historia del arte y las maneras de interpretarla…