Una jornada, una vida

Veinticuatro horas dura la vida de los insectos de la familia de efemerópteros, y en esa cápsula condensan su eternidad. A veces me ocurre que la vida entera me cabe en un solo día. La mañana empezó con la noticia de la muerte, a los cincuenta y cinco años, de una prima hermana. Demasiado pronto. Pero la vida tiene sus contrastes y, al par de horas, el museo se llenó de alegría con la visita de Ítalo, Piroska y su tropa. Una auténtica delicia el ratito. Y ya anochecido, me llaman para ofrecerme unos libros encontrados sobre el pretil de la iglesia anglicana en el parque Taoro y allá que fui, no sin antes pasar por la tienda a por media docena de huevos de la granja del pueblo. Y en medio, claro, la vida en su estado más puro, con el nieto correteando por la casa, los momentos de silencio, de pequeña siesta, de placeres ocultos, de proyectos en fase sueño… Todo eso, en el tramo que dura la existencia de un insecto de la especie de las efímeras… Somos un soplo de brisa en el eternidad, recuerden eso… Aprovechen eso. Que la brisa les sea propicia.