Incógnita panorámica
Tal vez me encantan cosas que no debieran, como esta pintura que tampoco es que sea nada del otro mundo. Vaya modo de hablar, pienso, en una crónica sobre arte. La pintura no será nada del otro mundo, es decir, no aporta nada nuevo, sin embargo, la propia concepción del espacio, me sedujo al instante. Un óleo sobre lienzo de 34 x 100 cm. con firma ilegible. Respecto al lugar, podría ser cualquier lugar, muy próximo o a miles de kilómetros. Paso la imagen a Germán y a Juan Pedro. El primero no lo hace de aquí; el segundo contesta: “Pico Viejo izquierda, Teide… Quizá Guía de Isora, el pueblo. Esperando respuesta de una amiga de Guía”. Tres horas después, me envía las dos imágenes de los comentarios. La flecha indica la Degollada del Barranco de Tágara. Intento la confirmación con otro amigo, Pedro Felipe, el documentalista naturalista. “El pueblo podría ser una idealizada Guía de Isora, aunque desde allí no veríamos el Teide y Pico Viejo así”. Bien, pues traigo acá la pintura y adjudico que el pueblo es Guía de Isora.
Una vez resuelto el quítame allá esas pajas, entro en materia. No sin antes mencionar el estilo convencional de la retórica que utilizo como introducción a cada párrafo. Pues eso, que me aproximo a la obra y observo al detalle las pinceladas. En el celaje me maravillan los giros de las cedras que, cargadas de pigmento, depositan en los márgenes durante su recorrido, curiosos rebordes que no pueden contener el efecto del tiempo al craquelar la pintura. El resultado me parece delicioso. Luego están los campos y las casas, construido todo a partir de pinceladas cortas y yuxtapuestas, para ofrecer un vistoso continuum. La firma ilegible viene a certificar el escaso asunto que le echa a eso de la trascendencia artística, siendo así éste un trabajo de oficio y deleite propio. El pincel, como la batuta del director de orquesta, ordena el caos y ubica cada nota en su lugar. Una suave mezcla entre lo popular con salpicones culturetas y ligeros toques de alcaloide intelectualidad. De vez en cuando preciso de ese compuesto orgánico nitrogenado de origen vegetal, para saciar mi sed de aplauso. Perdón, me olvidé de la pintura y volví a mi estilo literario.
El meollo del asunto en esta pintura, radica en la asintonía. Existe una fractura entre el todo y las partes. En la observación de lo micro, parece una obra a punto de cruz. En cambio, si la admiramos a unos pasos de distancia, ya no suena a una composición dodecafónica. Me recuerda a una sinfonía de Bach. Es en ese ir y venir de una sensación a otra, donde se instala la duda que atribuye mérito a la pieza. ¿Qué es esto, pensé, nada más verla? Me atrapó su horizontalidad. Su estrecha y desparramada altura. Sus incontables golpes de pincel. C’est fini.
Pues no… No está acabada la crónica. Una vez publicada, la ve Germán y se postula para defender la otra locación. La Palma. “Para mí, La Palma. Color, paisaje…” Acompaña su opinión con imágenes bastante próximas a la pintura. Es entonces cuando ya no sé. Vivir en la dicotomía es fascinante. Fascinante…