Barcas que fueron
Este óleo sobre lienzo, de 38 x 46 cm. y con el sello de Casa Piera en el reverso, emblemático comercio de Barcelona que suministra material para las bellas artes desde 1941, data de finales de la década de los sesenta o principios de la siguiente del siglo pasado. Técnica y composición sugieren muy buenas maneras. Tal vez algo plana la roca en primer término, sin que reste fuerza al conjunto. Es en el reflejo de las barcas sobre el mar donde mejor se expresa la contundente energía del gesto pictórico. Un derroche de seguridad exenta de cualquier señal de miedo. Valientes pinceladas que, con poco, saben retratar lo esencial. El mar, aunque pesado, sabe ser mar. Quizás, tanta seguridad incluso contagie un poco de miedo, porque, sin quererlo, en ocasiones transmitimos lo contrario a lo que deseamos.
La historia de esta pintura es una historia de amor. Al principio, de esos platónicos, quiméricos, por aquello de los mundos tan distintos, tan del “arriba y abajo”. Luego pasa el tiempo y aquella quimera se hace terrena, pero la realidad nunca alcanza la expectativa. Fue un “hola y adiós” reseguido, sin pausa… Uno de esos amores imposibles. Es hermoso haber vivido alguno de esos… De aquellos tiempos quedó esta pintura. Fue donada al museo como ejemplo de sueño roto, de vida pasada, de aquella persona que fuimos y que seguimos siendo, aunque nos pensemos tan otra… Y lo que resulta asombroso es, que cuando decidimos abandonar, separarnos o destruir ese recuerdo concreto, una vez cumplido el gesto, queda la huella indeleble en la memoria, esa molécula que recorre nuestro cuerpo sin que seamos conscientes, pero que, de vez en cuando, nos hace fruncir el ceño o esbozar una sonrisa… Nos reconocemos, en ese mar inexistente en el que permanecen cada una de las barcas donde alguna vez volamos hacia un puerto sin nombre. Singladuras vitales que se repetirán hasta alcanzar la laguna Estigia. Volemos enamorados hasta el último día, aunque sea de aquellos juveniles recuerdos… Vivir, también es volar. El mar es el cielo… No iba tan equivocada la paloma… El ayer es el hoy y el mañana el ayer… Paso a paso construimos caminos que, ignorantes, creemos que existían. Pero no, también aquel tenía razón y el camino se hace al andar. ¡A galopar, palomas, barcas cuatralbas, a galopar!
Ser depositario de retazos de vida, que te los entreguen en mano y te cuenten la historia… Es algo grande. Gracias Maestro.