Casas
Óleo sobre tela. Montserrat Mira, 1967. 50 x 60 cm. Dar nombre a lo innombrable. “Abstraer” viene del latín, significa “alejar, sustraer, separar”. Montserrat se separa de la realidad, la descompone, le sustrae pedazos hasta que el objeto pierde nombre y hasta significado. Entonces puede titular ella la obra y re-colocar nuestra mirada. Es como un empujoncito que nos introduce en la senda de lo desconocido. La buena poesía, decía la otra noche mi amigo poeta, consiste precisamente en no nombrar lo evidente, lo máximo. No mencionar el dolor, pero dejar que supure en el texto. No mencionar el placer, pero dejar que la alegría se derrame también en los versos. La metáfora, la hipérbole, nominalizaciones, el retruécano, la perífrasis… Alegorías, epítetos, hipérboles, absurdos, contrarios, contorsionismos y hasta escapismos… Todo vale si el objetivo es la belleza, o el horror…
Treinta años después del cuadro que comento hoy, mi hermano pintó unas piezas con ayuda del ordenador. Utilizó el programa Word para hacerlas. Hizo diez impresiones y lanzó el documento a la papelera. Ni rastro de él. Queda localizado un único ejemplar de aquella tirada y lo tengo yo. No sé cómo ha sobrevivido a tantos traslados. Ese trabajo me recuerda en algo a las casas de Montserrat. Es la síntesis. Apenas queda una brisa de realismo. La obra de mi hermano es fría, la templa un poco el papel que utilizó, pero el frío y la humedad te traspasan. En cambio, la pieza de Montserrat Mira es puro confort. Sus casas son cálidas, te invitan a entrar. Dentro te espera una sopa caliente, o un vino y una tapita de queso. También hay humildad en sus casas, y rezuman humanidad, aunque no se nombre y, por eso mismo, hay tanta poesía en la pintura de la artista. La obra de mi hermano habita el otro extremo, el del horror que también rezuman sus dibujos. Poética lúgubre de hermosos fuegos fatuos y cantos de Santa Compaña. En una y otra hay verdad.
Habitamos ambos mundos.