La caja

Apareció en la basura y alguien la recogió para la colección de arte abandonado. En hojalata, representa un nacimiento. Está hecha en Oaxaca, México, y tiene ya sus años. De cajas así se encuentran, nuevas, en páginas de internet a poco más de doce euros. Pero la pátina del tiempo no la tienen esas que se anuncian en la red. La pátina del tiempo, los desperfectos que ocasiona el uso repetido, la biografía pegada al metal de la casa donde estuvo… Eso no lo tienen las nuevas. ¿Cuánto vale eso? Al contrario, parece que eso le hizo perder todo valor al objeto hasta el extremo de lanzarlo a la basura. “¿Tú no me darías diez euros, ya que estamos en navidad?”, me dijo la mujer que la encontró. Yo se los di, y las gracias también. Me entregó la caja con una enorme sonrisa. ¿Cuánto valor tiene esa sonrisa? ¿Cuánto? Ya no recuerdo cuál fue, pero ocurrió hace poco, en la plaza de Santa Cruz donde se ponen los buscadores entre semana; un joven me pidió un euro por no recuerdo qué cuadrito. Le di cinco. Todavía conservo su mirada de mudo agradecimiento. Yo no tendría dinero si tuviera que pagar todo eso que no cuesta nada. No hace tantos años compraba en subastas y era relativamente sencillo, simplemente se trataba de transacciones económicas. No hace tantos años iba también a las casas que venden el contenido por traslado o bien por defunción del propietario o la propietaria; allí también la cosa era sencilla, cada objeto tiene su etiqueta con el precio. De nuevo un sencillo intercambio comercial. Las cosas de la calle son otra historia; las manos que me entregan las piezas son ásperas, recias, generalmente muy bañadas por el sol a diario. A veces no te miran a los ojos. A veces no te apartan la mirada. En cada maniobra de intercambio me sobrepasa la emoción. A veces me he sentado a tomar un café con él, o con ella. Una vez me invitaron a una tónica. La pátina, los desperfectos humanos, me emocionan hasta decir basta. Si se tiene un mínimo de sensibilidad, te quiebras, te partes. Toda persona es un desperfecto destinado al desguace final. Luego te recompones y vuelves a caminar más erguido, si cabe. Es como si con el objeto te devolvieran parte de una dignidad epigenética universal. El Museo de Arte Abandonado pienso que es también una especie de templo; tras la visita caminas más erguido, más erguida. Sales con la dignidad recargada. La perdemos tan a menudo… Que una dosis inesperada, resulta balsámica.