ANTOINE D’AGATA
Navegar por la red en la nocturnidad de la madrugada, mientras la casa duerme, depara sorpresas. Esta vez ha sido un fotógrafo. «No hay dios ni perdón en la noche, sino aceptar que solo la carne es. La carne es plenitud. La muerte es un vacío», así habla D’Agata. Su trabajo trata sobre adicción, sexo, obsesiones personales, oscuridad, prostitución, y otros temas ampliamente considerados tabú.
D’Agata nació en Marsella. Hasta los 13 años quiso ser cura, pero no tardó mucho en abandonar esta idea. Así como tampoco tardó demasiado en cambiar sus estudios por las drogas y el alcohol. Siendo joven todavía, entró a trabajar en un matadero, actividad que posiblemente haya marcado su visión de la corporeidad. A principios de los 90, Antoine se interesó por la fotografía mientras vivía en New York. Allí tomó cursos en el Centro Internacional de Fotografía, donde tuvo maestros como Larry Clark y Nan Goldin.
Perderse en la noche de las ciudades, inyectarse y fumar en una habitación de Phnom Penh durante cinco noches seguidas, dormir con prostitutas y salir con ladrones se convirtió en su leitmotiv. La fotografía se volvió la documentación de sí mismo y de aquello que le rodea: la carne, las drogas y la miseria. Antoine piensa que fotografiarse no es un arte, es activismo político y como él mismo señala en entrevista, su propósito es practicar “el fin del hastío en el vértigo epidémico del vicio como principio de vida, de conocimiento y de existencia”.
Tras una vertiginosa inmersión en el artista, una pieza de la colección de arte abandonado revoloteaba por mi cabeza. Sobre todo después de haber visto una de sus fotografías. Aquí las traigo, una junta a otra. Blanco y negro y color. Ay, el color, que todo lo apacigua. El desasosiego del estertor en la noche en escala de grises, parece hacerse luz y derramarse en la pintura.
Navegar. Silencio. Juntar estímulos y recuerdos…